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Jueves, 17 de Octubre de 2019
OPINIÓN

Un país de sordos

MANUEL DOBAÑO. Periodista.

[Img #27313]Cuentan que en un pueblecito de la España rural se cruzaron años atrás dos lugareños en medio del puente del río y, el que no portaba cesta, ni botas, ni caña de pescar al hombro, le preguntó al otro: “¿Vas a pescar?”, a lo que el presunto pescador le respondió: “¡No, voy a pescar!”. “¡Ah, pensé que ibas a pescar…!”, exclamó finalmente su interlocutor. O sea, un claro ejemplo de diálogo de sordos en su más agropecuaria esencia; igualito, igualito como el que desde hace demasiado tiempo están practicando, sin apenas ruborizarse, los que actualmente manejan el cotarro de la cosa pública de este país, que lo único que han demostrado es una torpeza infinita y una clamorosa ausencia de liderazgo político. Un liderazgo absolutamente mediatizado por toda una cohorte de asesores que acostumbran a rodear a los que nos gobiernan.

 

En cierta manera, da la sensación de que los partidos políticos se han quedado, además de sordos, sin cobertura mental. Son capaces de increparse sin piedad desde la tribuna y, sobre todo, delante de las cámaras de la tele, y luego se van tan campantes a tomarse un café en el bar ese tan baratito de la madrileña Carrera de San Jerónimo. Tengo un amigo que mantiene que la clase política, en general, está integrada por una especie de frustrados actores y actrices que sueltan el guión que previamente les han preparado sus allegados, casi siempre pendientes de los vientos que soplan desde el poder económico, Ibex 35 y demás. Pero, para ser justos, no solo en España, sino en otros países, los políticos no acostumbran a estar a la altura de las circunstancias. Sin ir más lejos, en el de Su Majestad Británica, el tal Boris Johnson la está liando parda con el Brexit de las narices. Y sobre las andanzas de Donald Trump, mejor dejarlo para otra ocasión. ¡Ah!, casi se me olvidaba de comentar, aunque sea de pasada, lo de la reciente sentencia del TS, que ha dejado al personal en estado catártico.    

 

Y mientras poco a poco se aproxima el 10-N, permanezco a la espera de que alguien me acabe de explicar el misterio de las vaquiñas de mi terriña ourensana que, según un sesudo estudio de lingüistas ingleses, mugen con acento galego. Es la cuestión que me faltaba para marear todavía más la perdiz que anida en mis enervadas meninges. Verdaderamente, vivimos tiempos complicados. El personal se molesta por casi todo, por el tañer de las campanas, por el gallo que canta y hasta por las ‘gallinas violadas’… Y yo, particularmente, también protesto por la gran cantidad de excrementos que sueltan las palomas que han invadido mi barrio. Días atrás llamé al ayuntamiento para quejarme de la cuestión y enseguida vinieron con la manguera los que riegan las calles. Pero ya vuelve a estar todo igual que antes, mierda y más mierda por todas partes. Pienso que, acaso, los de la brigada municipal que se encarga de limpiar las cacas, se han quedado sin cobertura…

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