OPINIÓN
Historias de otro tiempo
MANUEL DOBAÑO. Periodista.
En este primer artículo del 2020 no voy a comentar nada de lo que está pasando, ni tan siquiera haré referencia alguna a los famosos emojis, ni a los brotes ‘secesionistas’ de León. Lo que a continuación paso a relatar son historias de otro tiempo... La noticia del reportero gráfico de la agencia Associated Press, Burhan Ozbilici, que retrató en directo al asesino del embajador ruso en Turquía, Andrei Karlov, aduciendo que él era periodista y tenía que contarlo, me trasladó a una lejana tarde de abril de finales de la década de los años 70 del siglo pasado. Por aquellas fechas, circulaba yo tranquilamente por la autovía de Castelldefels, cuando, de repente, fui testigo de un impactante accidente de tráfico en el que fallecieron carbonizadas tres personas. Lejos de pasar de largo de tan escabrosa situación, no se me ocurrió otra cosa que dedicarme a vaciar, con pulso firme, el carrete de mi añorada Kodak-Retinette IA1, aunque no pude evitar que, al final, me temblaran las piernas.
Recuerdo que, en medio de la confusión y del nerviosismo del momento, alguien me increpó severamente, llamándome “¡cuervo-carroñero!”. Todavía resuena en mis oídos tan contundente recriminación. Mientras intentaba aguantar el chaparrón de improperios, que fue in crescendo, yo me limitaba a apuntar en mi bloc de notas todos los detalles del siniestro, y no decidí abandonar el lugar hasta completar el correspondiente pie de foto de unas imágenes que, al día siguiente, destacarían en portada la mayoría de periódicos. Realmente, fue una experiencia excitante, en la que tuve la ocasión de cubrir una información para la Agencia Efe, en vivo y en directo, sin intermediarios y sin los filtros de los gabinetes de prensa.
Era, una vez más, mi amigo (“El Cínico”), quien me comentaba lo del truculento suceso del periodista y abogado, Alfons Quintà, que decidía suicidarse después de matar a su esposa. De este atormentado y amargado personaje, de oscura existencia, se ha escrito que “vivió como murió, haciendo daño hasta el último momento de su vida”. A mi amigo le dejaba boquiabierto al confesarle que llegué a conocer personalmente a Quintà en el transcurso de una frustrada visita de cortesía que le hice en los tiempos que ejerció de juez de 1ª Instancia en El Prat de Llobregat. Cuando se enteró de que era periodista como él, sin razón aparente, me dijo que abandonara su despacho ipso facto. Se cuenta que el primer director que tuvo TV3 dejó pocos amigos en este mundo.
En este primer artículo del 2020 no voy a comentar nada de lo que está pasando, ni tan siquiera haré referencia alguna a los famosos emojis, ni a los brotes ‘secesionistas’ de León. Lo que a continuación paso a relatar son historias de otro tiempo... La noticia del reportero gráfico de la agencia Associated Press, Burhan Ozbilici, que retrató en directo al asesino del embajador ruso en Turquía, Andrei Karlov, aduciendo que él era periodista y tenía que contarlo, me trasladó a una lejana tarde de abril de finales de la década de los años 70 del siglo pasado. Por aquellas fechas, circulaba yo tranquilamente por la autovía de Castelldefels, cuando, de repente, fui testigo de un impactante accidente de tráfico en el que fallecieron carbonizadas tres personas. Lejos de pasar de largo de tan escabrosa situación, no se me ocurrió otra cosa que dedicarme a vaciar, con pulso firme, el carrete de mi añorada Kodak-Retinette IA1, aunque no pude evitar que, al final, me temblaran las piernas.
Recuerdo que, en medio de la confusión y del nerviosismo del momento, alguien me increpó severamente, llamándome “¡cuervo-carroñero!”. Todavía resuena en mis oídos tan contundente recriminación. Mientras intentaba aguantar el chaparrón de improperios, que fue in crescendo, yo me limitaba a apuntar en mi bloc de notas todos los detalles del siniestro, y no decidí abandonar el lugar hasta completar el correspondiente pie de foto de unas imágenes que, al día siguiente, destacarían en portada la mayoría de periódicos. Realmente, fue una experiencia excitante, en la que tuve la ocasión de cubrir una información para la Agencia Efe, en vivo y en directo, sin intermediarios y sin los filtros de los gabinetes de prensa.
Era, una vez más, mi amigo (“El Cínico”), quien me comentaba lo del truculento suceso del periodista y abogado, Alfons Quintà, que decidía suicidarse después de matar a su esposa. De este atormentado y amargado personaje, de oscura existencia, se ha escrito que “vivió como murió, haciendo daño hasta el último momento de su vida”. A mi amigo le dejaba boquiabierto al confesarle que llegué a conocer personalmente a Quintà en el transcurso de una frustrada visita de cortesía que le hice en los tiempos que ejerció de juez de 1ª Instancia en El Prat de Llobregat. Cuando se enteró de que era periodista como él, sin razón aparente, me dijo que abandonara su despacho ipso facto. Se cuenta que el primer director que tuvo TV3 dejó pocos amigos en este mundo.
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