OPINIÓN
No hubo una vez dos Rondas
RAÚL MONTILLA. Periodista
Todos tenemos algún juguete que siempre deseamos pero que no tuvimos: el barco pirata de Playmobil con el que un amigo surcaba los mares de tierra más que de asfalto… En el caso de mi hermano, el Porsche 928 de Rico que ni siquiera era teledirigido: el deportivo en cuestión iba atado a su conductor con un cable en cuya terminación tenía un volante que giraba, eso sí, sin dirección asistida. ¿Para qué? Si las ventanillas de los coches de verdad iban con manivela. Un vecino, uno de aquellos que eran y que son como de la familia, aunque la universidad o la crisis del ladrillo, o las dos cosas supusieran la gran diáspora metropolitana, tenía aquel Porsche gris de ensueño.
Tiempos de descampados. De polvo, de algún que otro coche oxidado y más de una jeringuilla. La heroína, ni sabíamos qué era realmente. El Sida. Los yonkis, seres humanos y queridos, pero que nos parecían despojados de alma. Los quinquis: delincuentes de medio pelo, con nombres ocurrentes, que esnifaban cola porque las paredes se empapelaban, y que no tenían demasiados problemas de tirar de navaja. Luego serían las mariposas: las que se abrían como un abanico y que se vendían en casi todas partes, también en una tienda de la calle Ferran, donde además habían estrellas ninjas. ¡Nitjitsu!
Los bazares del puerto, que si esto se ha caído de un camión, que si aquello de allí también. ¡Pero si el transistor está nuevo! Paseo por La Rambla, siempre La Rambla, con sus flores, los pollitos, los peces de colores y el tipo de la mala leche que cobraba por sentarse en unas sillas que garantizaban el sueldo de un mes a un quiropráctico… Si es que entonces existían.
Madres que limpiaban escaleras, casas, colegios o que cosían. Montañas de faldas: pelusas por todas partes, el hilo que se ha encasquillado, que se ha enganchado… Que si ahora hay que llevar cincuenta allí arriba, que vienen a buscarlas. ¿O eran cincuenta y dos?
Tardes de abeja Maya, de Heidi, luego Son Goku, después de la Arale... De cazar renacuajos, porque también los había en los huertos furtivos, los que estaban al otro lado de los descampados. Tardes sin propósitos claros, como este texto.
Simplemente tardes, simplemente un texto, aunque de título complicado. Sigamos, como la propia vida.
Todos tenemos algún juguete que siempre deseamos pero que no tuvimos: el barco pirata de Playmobil con el que un amigo surcaba los mares de tierra más que de asfalto… En el caso de mi hermano, el Porsche 928 de Rico que ni siquiera era teledirigido: el deportivo en cuestión iba atado a su conductor con un cable en cuya terminación tenía un volante que giraba, eso sí, sin dirección asistida. ¿Para qué? Si las ventanillas de los coches de verdad iban con manivela. Un vecino, uno de aquellos que eran y que son como de la familia, aunque la universidad o la crisis del ladrillo, o las dos cosas supusieran la gran diáspora metropolitana, tenía aquel Porsche gris de ensueño.
Tiempos de descampados. De polvo, de algún que otro coche oxidado y más de una jeringuilla. La heroína, ni sabíamos qué era realmente. El Sida. Los yonkis, seres humanos y queridos, pero que nos parecían despojados de alma. Los quinquis: delincuentes de medio pelo, con nombres ocurrentes, que esnifaban cola porque las paredes se empapelaban, y que no tenían demasiados problemas de tirar de navaja. Luego serían las mariposas: las que se abrían como un abanico y que se vendían en casi todas partes, también en una tienda de la calle Ferran, donde además habían estrellas ninjas. ¡Nitjitsu!
Los bazares del puerto, que si esto se ha caído de un camión, que si aquello de allí también. ¡Pero si el transistor está nuevo! Paseo por La Rambla, siempre La Rambla, con sus flores, los pollitos, los peces de colores y el tipo de la mala leche que cobraba por sentarse en unas sillas que garantizaban el sueldo de un mes a un quiropráctico… Si es que entonces existían.
Madres que limpiaban escaleras, casas, colegios o que cosían. Montañas de faldas: pelusas por todas partes, el hilo que se ha encasquillado, que se ha enganchado… Que si ahora hay que llevar cincuenta allí arriba, que vienen a buscarlas. ¿O eran cincuenta y dos?
Tardes de abeja Maya, de Heidi, luego Son Goku, después de la Arale... De cazar renacuajos, porque también los había en los huertos furtivos, los que estaban al otro lado de los descampados. Tardes sin propósitos claros, como este texto.
Simplemente tardes, simplemente un texto, aunque de título complicado. Sigamos, como la propia vida.
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