OPINIÓ
Ser jove (o no) avui al Baix Llobregat
JOSEP M. ROMERO, secretari general CCOO del Baix Llobregat, Alt Penedès, Anoia i Garraf
La meva voluntat per a aquesta columna periòdica era fer una reflexió sobre la realitat socioeconòmica de la joventut treballadora que inclogués un diagnòstic, reptes i el seu vincle amb el món del treball. Li vaig demanar alguna idea al Pol Mena, que és assessor sindical i actual referent d’ACCIÓ JOVE a CCOO del Baix Llobregat. Aquelles línies que em va passar, crec que són un interessant article d’opinió que finalment he decidit reproduir sencer:
El 14 de Diciembre del 1988, no apto para la memoria de los más “jóvenes”, se produjo una huelga, de forma muy destacada en nuestra comarca y como dicen, pararon hasta los relojes. Un hito del sindicalismo, de la clase trabajadora, ejemplo de una huelga social y política que fue la puesta de largo de la autonomía y la independencia sindical. Se reivindicó como medida, no solo de intimidación y presión, sino de generación de derechos y voluntades colectivas frente al poder unilateral gubernamental o del empresariado. Un ejercicio, en definitiva, de autoconsciencia y organización. Pensareis, ¿A santo de qué saco a colación la huelga del 14D en un análisis sobre jóvenes y Baix Llobregat? En primer lugar, porque se cumplen 30 años de la misma y la memoria democrática es un elemento primordial para seguir, desde el pacto intergeneracional, reconstruyendo y adaptando el sindicato y su vínculo con el trabajo a los tiempos actuales y venideros. El segundo y más importante para el tema que tenemos entre manos, por que dicha huelga fue motivada por el llamado Plan de Empleo Juvenil que creaba una nueva modalidad de contratación, una “relación laboral de carácter especial”, con salario mínimo interprofesional, bonificación del 100% a la Seguridad Social y una duración mínima de 6 meses y máxima de 18. Véase, precarización absoluta. Tras el éxito rotundo de la huelga, retiraron la propuesta, los sindicatos reclamaron su papel y su espacio en un diálogo social incipiente que tuvo como consecuencia numerosos avances en la construcción del modelo social actual (aumento del gasto en desempleo, en pensiones, nuevas prestaciones no contributivas o universalización de la sanidad). No obstante esta efeméride sindical nos deja dos mensajes relevantes para la actualidad: las huelgas y la organización colectiva funcionan y la situación de precariedad congénita para la juventud no es algo nuevo, ni siquiera milennial.
Antes de plantear una radiografía general sobre la situación de las personas jóvenes dentro o fuera del mercado laboral hay que recordar que no somos un colectivo, ni una masa homogénea y uniforme. Se tiene a analizar obviando matices o se destaca sobre su diversidad y transversalidad. No hay nada más desigual que tratar a todo el mundo por igual. Pero también hay que enfatizar que las políticas a aplicar, han de ir en la dirección de paliar la desigualdad que se produce por el nexo común: en nuestro caso generacional, la edad.
Me permito situar un nuevo término, extremadamente pertinente para el debate, la (Meta) Precariedad. Es en sí mismo, didáctico, “más allá” de la precariedad. La precariedad no ha sido algo que haya aparecido casualmente en el nuevo milenio o tras la crisis económica. Hemos sido y seguimos siendo el campo de pruebas perfecto para probar todo tipo de artilugios que, escondidos en eufemismos onanistas para el neoliberalismo, alienan y desregularizan el mercado de forma segregada. Seguir sacándonos del centro del derecho laboral desde los años 80 y acabar, tras la última crisis económica en una metástasis generalizada que ha impregnado todos los recovecos del mundo del trabajo. La connivencia con esta situación, era, de facto, asumir que al crecer, esta condición inherente desaparecería y sin demasiado ruido fuimos asumiendo y normalizando el llamado “trabajo joven”.
Hay que romper la etiqueta de precariedad, condicionada al trabajo joven, como un mal pasajero, esa pequeña edad de hielo de vida laboral de una persona. No solo es ahora un mal extendido a todos los grupos de edad, sino que ahonda en una precarización generalizada de los “colectivos” más desprotegidos de la sociedad. Tenemos que romper con el paternalismo que subyace en el mantra de la “experiencia” como variable válida por sí misma que encima, culpabiliza a la juventud trabajadora de la situación de precariedad en la que nos encontramos.
Y por último e importante, hay que organizarse y luchar contra el imaginario colectivo, alegando rotundamente, que somos la generación más preparada de la historia y que solo desde el compromiso colectivo podremos cambiar la actual correlación de fuerzas, generar proyectos de vida autónomos y emancipadores, lograr un nuevo contrato social y seguir construyendo valor añadido para las sociedades venideras.
La meva voluntat per a aquesta columna periòdica era fer una reflexió sobre la realitat socioeconòmica de la joventut treballadora que inclogués un diagnòstic, reptes i el seu vincle amb el món del treball. Li vaig demanar alguna idea al Pol Mena, que és assessor sindical i actual referent d’ACCIÓ JOVE a CCOO del Baix Llobregat. Aquelles línies que em va passar, crec que són un interessant article d’opinió que finalment he decidit reproduir sencer:
El 14 de Diciembre del 1988, no apto para la memoria de los más “jóvenes”, se produjo una huelga, de forma muy destacada en nuestra comarca y como dicen, pararon hasta los relojes. Un hito del sindicalismo, de la clase trabajadora, ejemplo de una huelga social y política que fue la puesta de largo de la autonomía y la independencia sindical. Se reivindicó como medida, no solo de intimidación y presión, sino de generación de derechos y voluntades colectivas frente al poder unilateral gubernamental o del empresariado. Un ejercicio, en definitiva, de autoconsciencia y organización. Pensareis, ¿A santo de qué saco a colación la huelga del 14D en un análisis sobre jóvenes y Baix Llobregat? En primer lugar, porque se cumplen 30 años de la misma y la memoria democrática es un elemento primordial para seguir, desde el pacto intergeneracional, reconstruyendo y adaptando el sindicato y su vínculo con el trabajo a los tiempos actuales y venideros. El segundo y más importante para el tema que tenemos entre manos, por que dicha huelga fue motivada por el llamado Plan de Empleo Juvenil que creaba una nueva modalidad de contratación, una “relación laboral de carácter especial”, con salario mínimo interprofesional, bonificación del 100% a la Seguridad Social y una duración mínima de 6 meses y máxima de 18. Véase, precarización absoluta. Tras el éxito rotundo de la huelga, retiraron la propuesta, los sindicatos reclamaron su papel y su espacio en un diálogo social incipiente que tuvo como consecuencia numerosos avances en la construcción del modelo social actual (aumento del gasto en desempleo, en pensiones, nuevas prestaciones no contributivas o universalización de la sanidad). No obstante esta efeméride sindical nos deja dos mensajes relevantes para la actualidad: las huelgas y la organización colectiva funcionan y la situación de precariedad congénita para la juventud no es algo nuevo, ni siquiera milennial.
Antes de plantear una radiografía general sobre la situación de las personas jóvenes dentro o fuera del mercado laboral hay que recordar que no somos un colectivo, ni una masa homogénea y uniforme. Se tiene a analizar obviando matices o se destaca sobre su diversidad y transversalidad. No hay nada más desigual que tratar a todo el mundo por igual. Pero también hay que enfatizar que las políticas a aplicar, han de ir en la dirección de paliar la desigualdad que se produce por el nexo común: en nuestro caso generacional, la edad.
Me permito situar un nuevo término, extremadamente pertinente para el debate, la (Meta) Precariedad. Es en sí mismo, didáctico, “más allá” de la precariedad. La precariedad no ha sido algo que haya aparecido casualmente en el nuevo milenio o tras la crisis económica. Hemos sido y seguimos siendo el campo de pruebas perfecto para probar todo tipo de artilugios que, escondidos en eufemismos onanistas para el neoliberalismo, alienan y desregularizan el mercado de forma segregada. Seguir sacándonos del centro del derecho laboral desde los años 80 y acabar, tras la última crisis económica en una metástasis generalizada que ha impregnado todos los recovecos del mundo del trabajo. La connivencia con esta situación, era, de facto, asumir que al crecer, esta condición inherente desaparecería y sin demasiado ruido fuimos asumiendo y normalizando el llamado “trabajo joven”.
Hay que romper la etiqueta de precariedad, condicionada al trabajo joven, como un mal pasajero, esa pequeña edad de hielo de vida laboral de una persona. No solo es ahora un mal extendido a todos los grupos de edad, sino que ahonda en una precarización generalizada de los “colectivos” más desprotegidos de la sociedad. Tenemos que romper con el paternalismo que subyace en el mantra de la “experiencia” como variable válida por sí misma que encima, culpabiliza a la juventud trabajadora de la situación de precariedad en la que nos encontramos.
Y por último e importante, hay que organizarse y luchar contra el imaginario colectivo, alegando rotundamente, que somos la generación más preparada de la historia y que solo desde el compromiso colectivo podremos cambiar la actual correlación de fuerzas, generar proyectos de vida autónomos y emancipadores, lograr un nuevo contrato social y seguir construyendo valor añadido para las sociedades venideras.
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