OPINIÓN
El país que olvidó la moderación
ÁNGEL T. GARCÍA. Periodista.
Todo empezó en 2008, cuando el banco Lehman Brothers presentó su declaración formal de quiebra. Luego vendrían los chicos del 15-M para arreglar el mundo desde las plazas (2011) y el proyecto Eurovegas que lideró el expresidente Artur Mas, que nos tuvo entretenidos sobre todo durante 2012. Su fracaso dio inicio al Procés. Detrás estaba la principal causa de todo: la crisis económica y la incapacidad de los gobiernos regionales europeos de afrontarla.
Como solución mágica, nos han avasallado populismos, extremismos y nacionalismos, proponiendo recetas sencillas para curar viejos y grandes males que habían ya afrontado –no siempre sin éxito- muchos gobiernos de la joven democracia española, vista como un caso de éxito por el resto de Occidente. Los nuevos movimientos han vendido como mérito su sencillez y sentido revolucionario del cambio, hasta extremos insospechados.
Catalunya, especialmente, ha sido víctima de todos estos ismos y el resultado ha sido la división de la ciudadanía, además de un retroceso económico innegable, con empresas y bancos en el exilio –la palabra está de moda-, la cámara de comercio convertida en un instrumento político y el bono, en la basura, según las agencias internacionales de evaluación de datos. El pujolismo dejó un erial político, en el que el independentismo se impuso en el sector nacionalista y el anti independentismo en el sector no nacionalista. Así, en las últimas elecciones autonómicas, Ciutadans fue el partido más votado, pero ERC y los exconvergentes sumaron para formar un gobierno independentista, presidido por el delegado de un huido de la justicia -para unos- o un exiliado –para otros-.
Héroe o villano, Puigdemont ha condicionado la vida catalana. Aquel hombre de paja que nos dejaba Artur Mas, otro “muñeco” que había dejado Pujol, resultó ser ambicioso y precavido. Se marchó cuando otros no pudieron hacerlo, por lo que llevan pagando año y medio de cárcel preventiva. Resulta curioso que no se cite más la causa del penoso castigo que sufren los presos independentistas.
En el otro extremo, Albert Rivera viaja a la conquista del espacio que ocupó el Partido Popular, hasta hace poco admirado en toda Europa porque era capaz de sumar a toda la derecha, evitando las pestes del multipartidismo y de la ultraderecha. Ahora ya nada queda de aquello. Si la izquierda se dividió a raíz del 15-M, ahora le ha tocado a la derecha. Rivera, el más listo de la clase, vio venir a tiempo la debilidad de PP y transformó a un partido socialdemócrata catalán en una formación de rotunda derecha españolista, a la lerrouxista manera.
Y todo lo que he explicado, resumido de forma hasta indecorosa, ha pasado en solo un puñado de años. Aunque ahora, en política, ya se cuente más por meses, semanas o días y las alegrías duren en los partidos menos que en la casa de un pobre. Ahora los contentos son los socialistas, que han apostado por la moderación y la centralidad, esos grandes territorios olvidados, en los que se pueden sentir cómodos los empresarios, los trabajadores, las familias... Nadie más lo ha hecho. ¿Habrá alguien más?
Todo empezó en 2008, cuando el banco Lehman Brothers presentó su declaración formal de quiebra. Luego vendrían los chicos del 15-M para arreglar el mundo desde las plazas (2011) y el proyecto Eurovegas que lideró el expresidente Artur Mas, que nos tuvo entretenidos sobre todo durante 2012. Su fracaso dio inicio al Procés. Detrás estaba la principal causa de todo: la crisis económica y la incapacidad de los gobiernos regionales europeos de afrontarla.
Como solución mágica, nos han avasallado populismos, extremismos y nacionalismos, proponiendo recetas sencillas para curar viejos y grandes males que habían ya afrontado –no siempre sin éxito- muchos gobiernos de la joven democracia española, vista como un caso de éxito por el resto de Occidente. Los nuevos movimientos han vendido como mérito su sencillez y sentido revolucionario del cambio, hasta extremos insospechados.
Catalunya, especialmente, ha sido víctima de todos estos ismos y el resultado ha sido la división de la ciudadanía, además de un retroceso económico innegable, con empresas y bancos en el exilio –la palabra está de moda-, la cámara de comercio convertida en un instrumento político y el bono, en la basura, según las agencias internacionales de evaluación de datos. El pujolismo dejó un erial político, en el que el independentismo se impuso en el sector nacionalista y el anti independentismo en el sector no nacionalista. Así, en las últimas elecciones autonómicas, Ciutadans fue el partido más votado, pero ERC y los exconvergentes sumaron para formar un gobierno independentista, presidido por el delegado de un huido de la justicia -para unos- o un exiliado –para otros-.
Héroe o villano, Puigdemont ha condicionado la vida catalana. Aquel hombre de paja que nos dejaba Artur Mas, otro “muñeco” que había dejado Pujol, resultó ser ambicioso y precavido. Se marchó cuando otros no pudieron hacerlo, por lo que llevan pagando año y medio de cárcel preventiva. Resulta curioso que no se cite más la causa del penoso castigo que sufren los presos independentistas.
En el otro extremo, Albert Rivera viaja a la conquista del espacio que ocupó el Partido Popular, hasta hace poco admirado en toda Europa porque era capaz de sumar a toda la derecha, evitando las pestes del multipartidismo y de la ultraderecha. Ahora ya nada queda de aquello. Si la izquierda se dividió a raíz del 15-M, ahora le ha tocado a la derecha. Rivera, el más listo de la clase, vio venir a tiempo la debilidad de PP y transformó a un partido socialdemócrata catalán en una formación de rotunda derecha españolista, a la lerrouxista manera.
Y todo lo que he explicado, resumido de forma hasta indecorosa, ha pasado en solo un puñado de años. Aunque ahora, en política, ya se cuente más por meses, semanas o días y las alegrías duren en los partidos menos que en la casa de un pobre. Ahora los contentos son los socialistas, que han apostado por la moderación y la centralidad, esos grandes territorios olvidados, en los que se pueden sentir cómodos los empresarios, los trabajadores, las familias... Nadie más lo ha hecho. ¿Habrá alguien más?
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