OPINIÓN
Tiempo de mentiras y de medias verdades
MANUEL DOBAÑO. Periodista.
No hace mucho, tuve la oportunidad de rememorar la que, sin duda, ha sido la aventura viajera más importante de mi vida. En familia, visionamos el reciclado video que años atrás grabé en tierras africanas. Nada que ver con el viaje que realicé a la Antártida argentina, ni con los árticos fiordos noruegos, ni con tantos y tantos atractivos lugares del planeta Tierra que tuve el privilegio de visitar. En África vi cumplido un sueño de la niñez, de cuando en el cine descubrí embelesado a los animales que habitan la sabana. Elefantes, leones, cocodrilos, jirafas, hipopótamos, y toda la fauna salvaje africana inimaginable, se mostraron de repente en vivo y en directo ante mis avispados ojos. Y para completar tan excitante experiencia, nos dimos un garbeo en canoa por el río Zambeze, muy cerca de donde la rompiente fluvial nos avisaba de la proximidad de las impresionantes cataratas Vitoria, consideradas uno de los más fascinantes espectáculos de la naturaleza. Por allí cerca, nos daba la bienvenida la majestuosa estatua del mítico explorador Livingstone.
Además de comer -por primera y única vez -, cola de cocodrilo en un restaurante de la antigua colonia británica de Rodesia (Zimbabwe), sucedió que tuve en mis manos a un cocodrilo y acaricié a unos leones. Así, tal como lo cuento. Pero, en honor a la verdad, debo matizar algo muy importante, y es que, tanto el referido reptil, como los leones de marras, eran tan solo unas inofensivas crías. O sea, que diría una solemne mentira si afirmara a secas que me atreví a vacilar a ambas criaturas, sin aclarar a continuación todo lo demás. Viene a cuento esta historia para matizar que, con demasiada frecuencia, nos venden mentiras, a secas, o simplemente, nos largan medias verdades. Son como las famosas fakes news; noticias falsas de esas que acostumbran a contaminar la cotidiana actualidad, siempre con la perversa intención de adulterar obscenamente la objetividad informativa. Al respecto, David Jiménez, exdirector de El Mundo, destapa en su libro El Director’ todas estas patrañas de la profesión periodística, y no deja títere con cabeza.
Siempre se ha dicho que por la boca muere el pez y que se coge antes a un mentiroso que a un cojo, o si lo prefieren, que nada es verdad ni mentira y que todo es según el color del cristal con el que se mira. De repente, las tozudas hemerotecas se han convertido en las modernas máquinas de la verdad de las mentirijillas de los políticos de tres al cuarto, que no se ruborizan a la hora de contarnos milongas y de cambiar luego de opinión, para así asegurarse poltrona para sus impúdicas posaderas. Queda pues claro que casi todo el mundo manipula y que todos se esfuerzan en arrimar el ascua a su particular sardina. Ante tan tenebrosa situación, en la que los colegas periodistas se ven abocados a asumir la línea editorial del medio que les paga, surge de inmediato la siguiente pregunta: ¿dónde yace la objetividad informativa? No son pocos los medios de comunicación que han sacado tajada de la situación y que no han tenido escrúpulos a la hora de echar mano de las cloacas del Estado y, lo que es más preocupante, de aprovecharse en la autocensura de sus profesionales.
No hace mucho, tuve la oportunidad de rememorar la que, sin duda, ha sido la aventura viajera más importante de mi vida. En familia, visionamos el reciclado video que años atrás grabé en tierras africanas. Nada que ver con el viaje que realicé a la Antártida argentina, ni con los árticos fiordos noruegos, ni con tantos y tantos atractivos lugares del planeta Tierra que tuve el privilegio de visitar. En África vi cumplido un sueño de la niñez, de cuando en el cine descubrí embelesado a los animales que habitan la sabana. Elefantes, leones, cocodrilos, jirafas, hipopótamos, y toda la fauna salvaje africana inimaginable, se mostraron de repente en vivo y en directo ante mis avispados ojos. Y para completar tan excitante experiencia, nos dimos un garbeo en canoa por el río Zambeze, muy cerca de donde la rompiente fluvial nos avisaba de la proximidad de las impresionantes cataratas Vitoria, consideradas uno de los más fascinantes espectáculos de la naturaleza. Por allí cerca, nos daba la bienvenida la majestuosa estatua del mítico explorador Livingstone.
Además de comer -por primera y única vez -, cola de cocodrilo en un restaurante de la antigua colonia británica de Rodesia (Zimbabwe), sucedió que tuve en mis manos a un cocodrilo y acaricié a unos leones. Así, tal como lo cuento. Pero, en honor a la verdad, debo matizar algo muy importante, y es que, tanto el referido reptil, como los leones de marras, eran tan solo unas inofensivas crías. O sea, que diría una solemne mentira si afirmara a secas que me atreví a vacilar a ambas criaturas, sin aclarar a continuación todo lo demás. Viene a cuento esta historia para matizar que, con demasiada frecuencia, nos venden mentiras, a secas, o simplemente, nos largan medias verdades. Son como las famosas fakes news; noticias falsas de esas que acostumbran a contaminar la cotidiana actualidad, siempre con la perversa intención de adulterar obscenamente la objetividad informativa. Al respecto, David Jiménez, exdirector de El Mundo, destapa en su libro El Director’ todas estas patrañas de la profesión periodística, y no deja títere con cabeza.
Siempre se ha dicho que por la boca muere el pez y que se coge antes a un mentiroso que a un cojo, o si lo prefieren, que nada es verdad ni mentira y que todo es según el color del cristal con el que se mira. De repente, las tozudas hemerotecas se han convertido en las modernas máquinas de la verdad de las mentirijillas de los políticos de tres al cuarto, que no se ruborizan a la hora de contarnos milongas y de cambiar luego de opinión, para así asegurarse poltrona para sus impúdicas posaderas. Queda pues claro que casi todo el mundo manipula y que todos se esfuerzan en arrimar el ascua a su particular sardina. Ante tan tenebrosa situación, en la que los colegas periodistas se ven abocados a asumir la línea editorial del medio que les paga, surge de inmediato la siguiente pregunta: ¿dónde yace la objetividad informativa? No son pocos los medios de comunicación que han sacado tajada de la situación y que no han tenido escrúpulos a la hora de echar mano de las cloacas del Estado y, lo que es más preocupante, de aprovecharse en la autocensura de sus profesionales.











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