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Jueves, 19 de Septiembre de 2019
OPINIÓN
Torcer palabras
JUAN PABLO BEAS. Periodista
Las palabras no son neutras. Siempre están dispuestas a decirnos algo, a explicarnos algo, a desvelarnos cosas pero también a esconderlas.
La forma en que denominamos nos define también, nos hace interesarnos o desentendernos, nos alivia e incluso nos engaña.
Que la tierra se está calentando lo sabemos todos. Es una obviedad del tamaño de una catedral pero nuestra actitud parece despreocupada. Pase lo que pase y suframos lo suframos, ahora ya de forma frecuente: lluvias descomunales fuera de su tiempo, calores extremos, extravagancias climáticas inauditas, etc.
Al deterioro de nuestro entorno medioambiental y a los cambios salvajes de nuestro ambiente climático se le definió hace ya unas décadas como calentamiento global. Y científicamente es la nomenclatura más adecuada.
Nuestro planeta se está calentando, se está poniendo en peligro gracias, principalmente, al papel devastador de las sociedades modernas y a la falta real de un compromiso firme para erradicar acciones y actitudes que dañan nuestro tesoro más preciado: nuestro lugar donde vivir.
Pero las palabras resultaban hirientes. Y había que cambiarlas. El fondo sería menos preocupante con otros términos. Igual de peligroso pero digerible. Y no se equivoquen. No fue nuestra sociedad o sus hábitos lingüísticos quienes derivaron la terminología a “cambio climático” sino, así de sencillo, la administración norteamericana del por entonces presidente Bush.
Calentamiento global sonaba mal. Había que dulcificarlo. Fíjense que estupidez de partida más palmaria. Pues ¡bingo!
Ahora todos hablamos de cambio climático, nos lo han colado. Usamos un concepto inventado por la política para que nuestra desaparición como planeta resulte más liviana. Tranquilos entonces. No pasa nada. Es normal que el clima cambie como cambia todo. Así lo asumimos y no actuamos, no frenamos lo que como planeta estamos haciendo mal.
Las palabras no son neutras. Dicen cosas. O si no que se lo digan a algunos partidos políticos con el tema de la violencia machista. Prefieren torcer palabras que reconocer la realidad. Hasta ahí tenemos que estar vivos, no permitir que sobrenombres cobardes escondan los intereses de algunos.
Pero también una última reflexión: ¿no nos damos cuenta con la suma facilidad que los poderes nos acomodan? Nos cambian dos palabras y la preocupación decrece.
Tanta culpa tiene quién trata de engañar como el que se lo cree sin pestañear, tan responsables los que esconden como los que no desentierran.
![[Img #26858]](https://elfar.cat/upload/images/09_2019/6479_juanpablobeasok.jpg)
La forma en que denominamos nos define también, nos hace interesarnos o desentendernos, nos alivia e incluso nos engaña.
Que la tierra se está calentando lo sabemos todos. Es una obviedad del tamaño de una catedral pero nuestra actitud parece despreocupada. Pase lo que pase y suframos lo suframos, ahora ya de forma frecuente: lluvias descomunales fuera de su tiempo, calores extremos, extravagancias climáticas inauditas, etc.
Al deterioro de nuestro entorno medioambiental y a los cambios salvajes de nuestro ambiente climático se le definió hace ya unas décadas como calentamiento global. Y científicamente es la nomenclatura más adecuada.
Nuestro planeta se está calentando, se está poniendo en peligro gracias, principalmente, al papel devastador de las sociedades modernas y a la falta real de un compromiso firme para erradicar acciones y actitudes que dañan nuestro tesoro más preciado: nuestro lugar donde vivir.
Pero las palabras resultaban hirientes. Y había que cambiarlas. El fondo sería menos preocupante con otros términos. Igual de peligroso pero digerible. Y no se equivoquen. No fue nuestra sociedad o sus hábitos lingüísticos quienes derivaron la terminología a “cambio climático” sino, así de sencillo, la administración norteamericana del por entonces presidente Bush.
Calentamiento global sonaba mal. Había que dulcificarlo. Fíjense que estupidez de partida más palmaria. Pues ¡bingo!
Ahora todos hablamos de cambio climático, nos lo han colado. Usamos un concepto inventado por la política para que nuestra desaparición como planeta resulte más liviana. Tranquilos entonces. No pasa nada. Es normal que el clima cambie como cambia todo. Así lo asumimos y no actuamos, no frenamos lo que como planeta estamos haciendo mal.
Las palabras no son neutras. Dicen cosas. O si no que se lo digan a algunos partidos políticos con el tema de la violencia machista. Prefieren torcer palabras que reconocer la realidad. Hasta ahí tenemos que estar vivos, no permitir que sobrenombres cobardes escondan los intereses de algunos.
Pero también una última reflexión: ¿no nos damos cuenta con la suma facilidad que los poderes nos acomodan? Nos cambian dos palabras y la preocupación decrece.
Tanta culpa tiene quién trata de engañar como el que se lo cree sin pestañear, tan responsables los que esconden como los que no desentierran.
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