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Jueves, 31 de Octubre de 2019
OPINIÓN

Dejad de matar al mensajero

JUAN CARLOS RUIZ. Periodista.

[Img #27525]Parece ser que la expresión matar al mensajero viene de lejos, de las crónicas de Plutarco sobre inmersiones militares romanas en Asia Menor y la consiguiente reacción de un rey armenio que no acabó de encajar el mensaje que le transmitían. Que la verdad no estropee tu relato.

 

Así parece ser la condición humana, puesto que, dos milenios después, continuamos asistiendo a la persecución de que son objeto algunos periodistas, los mensajeros actuales, los transmisores de noticias que pueden molestar al poder. Algunos casos actuales contienen el grado de salvajismo que describió Plutarco respecto del rey armenio –ordenó cortar la cabeza del mensajero–, como el del periodista saudí que salió descuartizado del consulado de su país en Turquía hace ahora un año. Otros, que nos son más próximos, no alcanzan esa cota de horror, pero no por ello han de quedar en el olvido: 65 periodistas, identificados como tal, han sido víctimas de agresiones durante los recientes disturbios acaecidos en Catalunya tras la bárbara sentencia del Tribunal Supremo (sin contar el fin de semana del 26 y 27 de octubre), según recuento del Observatorio Crítico de los Medios.

 

“Sin periodismo no hay democracia”, ha señalado el Col·legi de Periodistes de Catalunya en un comunicado, que rechaza todos los ataques a reporteros, “especialmente graves cuando provienen de servidores públicos”. Tanto Mossos d’Esquadra como Policía Nacional son acusados de llevar a cabo acciones contundentes para intimidar a periodistas. Recordemos: que la verdad no estropee tu relato. Todos hemos visto las imágenes del fotoperiodista de El País que fue detenido y esposado en pleno ejercicio de su profesión durante los altercados de Barcelona. Y, por supuesto, tampoco cabe olvidar los reprobables zarandeos y actitudes vejatorias de que han sido objeto en los últimos años algunos reporteros que cubrían protestas independentistas o de sentido contrario.

 

El temor a caer en un cierto corporativismo al expresar estas cuestiones se desvanece cuando uno observa que en las editoriales de los grandes diarios en los últimos días no hay ni una sola mención a ellas. Si los periodistas no nos protegemos a nosotros mismos, ¿quién nos va a proteger?

 

Y, al final, uno acaba pensando si no somos todavía una democracia demasiado bisoña. Una democracia que ha tardado 44 años en sacar a un dictador de un lugar privilegiado de descanso y que encarcela una década a personas que, aunque a través de medios discutibles, impulsaba que la gente decidiera sobre su futuro. ¡Qué las urnas del 10-N nos cojan confesados!

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