OPINIÓN
Sobre la realidad y la ficción en tiempos de coronavirus
MANUEL DOBAÑO. Periodista
En estos días oscuros de siniestros fantasmas víricos, he aprovechado para reflexionar sobre muchas cosas. Por ejemplo, en una tienda de la ciudad en la que vivo, donde reparan descosidos y desatascan cremalleras atrancadas, fui a recoger tiempo atrás la prenda de abrigo de una de mis nietas. Muy amablemente, la dueña me sorprendió con un efusivo: “¡muy buenos días, señor Dobaño!”, para inmediatamente aclararme que ella era la hija de una amiga muy culé, muy culé, con la que, en ocasiones, me encuentro camino del Camp Nou.
Fue entonces cuando decidí contarle que, a pesar de la afición súper-perica de mi padre (e.p.d.), en edad adolescente tuve la osadía de fundar en Galicia (en connivencia con mi desaparecido hermano Celso y un grupo de amigos), la ‘Peña Barcelonista Antela’. A la sazón, el cabreo de mi progenitor fue de órdago, y cuando alguien me pregunta por el motivo que me impulsó a adoptar tan transgresora decisión, no se me ocurre otra respuesta que la siguiente: “simplemente, por llevarle la contraria a mi padre”. ¡Ah!, la típica rebeldía de juventud…
Y a mi jamonera habitual le contaba no hace mucho la anécdota del amigo Salah Jamal, (escritor, historiador y médico-dermatólogo, afincado en Cataluña), al que, años atrás, invité a pronunciar una conferencia sobre el conflicto árabe-israelí, en tiempos de mi compromiso con la red civil de la UNESCO de Cataluña. Tal como acostumbrábamos a hacer en estos casos, al final, los organizadores del acto invitamos al conferenciante a picar algo en una cafetería cercana. Sin embargo, mi alarma mental se disparó cuando el bienintencionado camarero, de nombre, Lorenzo, no paraba de servirnos generosas raciones de embutidos y de jamón. Con la debida discreción, le indiqué que el invitado era árabe y que también intentara sacar algo de gambas al ajillo, tortilla española, calamares a la romana y demás. Mas sucedió que el amigo Salah era muy fino de oído y, acto seguido, me puso la mano sobre el muslo de la pierna derecha y me dejó caer: “Manolo, no te preocupes, que Alá es misericordioso y consiente comer jamón; eso sí, siempre que sea de primera calidad…”.
Éstas, y otras entrañables vivencias, que configuran la película de mi vida, me dan pie para justificar en parte la extraña anomalía que vengo padeciendo desde hace unos años. Resulta que prácticamente perdí la afición por el cine y por casi todo que tiene que ver con la ficción. Seguramente será porque, quizás, durante demasiado tiempo estuve comprometido en contar para la Agencia Efe y otros medios de información la casi siempre triste y cruda realidad de la vida.
En más de una ocasión, tuve la oportunidad de presenciar parte del rodaje de una peli y no podía soportar la repetición, una y otra vez, de una determinada secuencia; circunstancia que obviamente nunca se produce en la vida real. Sin embargo, tengo que confesar que hubo un tiempo en el que no me perdía un estreno. Pero la cosa cambió radicalmente cuando empezó a proliferar en el llamado Séptimo Arte la pobreza argumental, la violencia gratuita y el exceso de efectos especiales. En fin, nos ha tocado vivir en un mundo en el que, con demasiada frecuencia, la realidad supera a la ficción, como es el caso de la crisis climática, o del cabronazo Covid-19 (1), que nada tiene que ver con el corinnavirus que afecta al campechano Rey Emérito. Todo lo demás, son películas...
(1) He resistido la tentación de pasar de puntillas por esa maldita palabra que está en boca de todos. Doctores tiene la iglesia, como es el caso de mi hija, la Dra. Carlota Dobaño, que ha dejado de lado la investigación de la malaria para integrarse de lleno en la comunidad científica internacional que busca frenar esta pandemia. Estamos asistiendo al rodaje de una especie de película de terror, basada en hechos, de la que todos somos protagonistas. ¡Ah!, se me olvidaba, por Sant Jordi tenía previsto presentar mi próximo libro El Opinador, pero mucho me temo que no será posible en esa fecha por culpa de ya saben quién.
En estos días oscuros de siniestros fantasmas víricos, he aprovechado para reflexionar sobre muchas cosas. Por ejemplo, en una tienda de la ciudad en la que vivo, donde reparan descosidos y desatascan cremalleras atrancadas, fui a recoger tiempo atrás la prenda de abrigo de una de mis nietas. Muy amablemente, la dueña me sorprendió con un efusivo: “¡muy buenos días, señor Dobaño!”, para inmediatamente aclararme que ella era la hija de una amiga muy culé, muy culé, con la que, en ocasiones, me encuentro camino del Camp Nou.
Fue entonces cuando decidí contarle que, a pesar de la afición súper-perica de mi padre (e.p.d.), en edad adolescente tuve la osadía de fundar en Galicia (en connivencia con mi desaparecido hermano Celso y un grupo de amigos), la ‘Peña Barcelonista Antela’. A la sazón, el cabreo de mi progenitor fue de órdago, y cuando alguien me pregunta por el motivo que me impulsó a adoptar tan transgresora decisión, no se me ocurre otra respuesta que la siguiente: “simplemente, por llevarle la contraria a mi padre”. ¡Ah!, la típica rebeldía de juventud…
Y a mi jamonera habitual le contaba no hace mucho la anécdota del amigo Salah Jamal, (escritor, historiador y médico-dermatólogo, afincado en Cataluña), al que, años atrás, invité a pronunciar una conferencia sobre el conflicto árabe-israelí, en tiempos de mi compromiso con la red civil de la UNESCO de Cataluña. Tal como acostumbrábamos a hacer en estos casos, al final, los organizadores del acto invitamos al conferenciante a picar algo en una cafetería cercana. Sin embargo, mi alarma mental se disparó cuando el bienintencionado camarero, de nombre, Lorenzo, no paraba de servirnos generosas raciones de embutidos y de jamón. Con la debida discreción, le indiqué que el invitado era árabe y que también intentara sacar algo de gambas al ajillo, tortilla española, calamares a la romana y demás. Mas sucedió que el amigo Salah era muy fino de oído y, acto seguido, me puso la mano sobre el muslo de la pierna derecha y me dejó caer: “Manolo, no te preocupes, que Alá es misericordioso y consiente comer jamón; eso sí, siempre que sea de primera calidad…”.
Éstas, y otras entrañables vivencias, que configuran la película de mi vida, me dan pie para justificar en parte la extraña anomalía que vengo padeciendo desde hace unos años. Resulta que prácticamente perdí la afición por el cine y por casi todo que tiene que ver con la ficción. Seguramente será porque, quizás, durante demasiado tiempo estuve comprometido en contar para la Agencia Efe y otros medios de información la casi siempre triste y cruda realidad de la vida.
En más de una ocasión, tuve la oportunidad de presenciar parte del rodaje de una peli y no podía soportar la repetición, una y otra vez, de una determinada secuencia; circunstancia que obviamente nunca se produce en la vida real. Sin embargo, tengo que confesar que hubo un tiempo en el que no me perdía un estreno. Pero la cosa cambió radicalmente cuando empezó a proliferar en el llamado Séptimo Arte la pobreza argumental, la violencia gratuita y el exceso de efectos especiales. En fin, nos ha tocado vivir en un mundo en el que, con demasiada frecuencia, la realidad supera a la ficción, como es el caso de la crisis climática, o del cabronazo Covid-19 (1), que nada tiene que ver con el corinnavirus que afecta al campechano Rey Emérito. Todo lo demás, son películas...
(1) He resistido la tentación de pasar de puntillas por esa maldita palabra que está en boca de todos. Doctores tiene la iglesia, como es el caso de mi hija, la Dra. Carlota Dobaño, que ha dejado de lado la investigación de la malaria para integrarse de lleno en la comunidad científica internacional que busca frenar esta pandemia. Estamos asistiendo al rodaje de una especie de película de terror, basada en hechos, de la que todos somos protagonistas. ¡Ah!, se me olvidaba, por Sant Jordi tenía previsto presentar mi próximo libro El Opinador, pero mucho me temo que no será posible en esa fecha por culpa de ya saben quién.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.23