Jueves, 18 de Septiembre de 2025

Actualizada

Miércoles, 17 de Septiembre de 2025 a las 20:41:57 horas

| 885
Jueves, 16 de Abril de 2020
OPINIÓN

A la altura de sus sueños

SÒNIA GUERRA. Diputada del PSC en el Congreso

[Img #30815]El cambio de época anunciado en la crisis de 2008 todavía aletea en nuestro recuerdo. El azote económico que sufrieron muchos españoles y españolas, consecuencia tanto de una economía basada en el sector de la construcción, como en la especulación inmobiliaria, llevó a muchas administraciones locales a priorizar las políticas de atención a las personas como una forma paliativa de proteger a las familias que no podían hacer frente a los gastos hipotecarios con salarios precarios, prestaciones por desempleo o ayudas asistenciales. De ese modo, las políticas de servicios sociales pasaban a situarse en el centro de la agenda política y de los presupuestos, en detrimento del espacio público, al que se deshumanizaba, casi sin quererlo, como si no fuese ése el lugar de convivencia donde tejemos las redes relacionales que nos definen como seres humanos. Doce años más tarde, lo descubriríamos.

 

El modo en el que nos comportamos en el espacio público muestra la situación social en la que vivimos las personas. Así, la forma de movernos, de relacionarnos con el Otro, el gesto o la distancia que guardamos entre unos y otras manifiesta el estado de salud de un pueblo o, como diría María Zambrano, el grado de humanización de la historia que está viviendo. La imagen de las grandes urbes mundiales desoladas la primavera de 2020, formará parte del imaginario colectivo de las generaciones venideras.

 

En efecto, el COVID-19 ha cambiado nuestros hábitos de vida. Hace poco más de un mes, la mayoría luchábamos contra los elementos para compaginar los tiempos laborales con los personales y familiares, obstinados y convencidas que podíamos dirigir las riendas de nuestras vidas. Inconscientes de que el equilibrio era imposible. Muchas veces, demasiadas, acabábamos renunciando a los tiempos personales y familiares, para cuadrar la esfera de un reloj que seguía empeñado en marcar veinticuatro horas.

 

Y este virus que nos reta, casi paradójicamente, a mantener los lazos afectivos con nuestros mayores, los de la generación pretecnológica, mediante zooms, meets y jitsi meets; nos aboca, a la vez, a estar analógicamente a dedicación completa con nuestros hijos e hijas, quienes desde el 13 de marzo están confinados en casa, de manera responsable y discreta, sin asistir a la escuela, relacionarse con sus semejantes o poder conjugar un verbo tan maravilloso como jugar con el complemento circunstancial al aire libre.

 

Las crisis por naturaleza empañan el horizonte, incrementan las desigualdades y evidencian las dificultades para eliminar las inequidades estructurales enraizadas en el sistema capitalista. Inequidades que se acentúan con el aislamiento, que es, sin duda, el marco ideal para perpetuar las amenazas de los y las más desfavorecidas. Por eso, no es de extrañar que en los últimos días revivamos, no sin cierto temor, situaciones contra las que luchamos ya en la crisis de 2008: malnutrición, infravivienda o abandono escolar.

 

Ante esta nueva crisis socioeconómica, la respuesta de la socialdemocracia no debe ser paliativa, sino profundamente transformadora. Las personas y su dignidad tienen que orientar la acción política. Necesitamos soluciones nuevas que den respuesta a las desigualdades crónicas, nuevamente mutadas para la ocasión. Ante nuevos retos, nuevas medidas. También para la infancia: ante la amenaza de la desnutrición, y mientras estén los centros educativos cerrados, ayudas monetarias para que las familias puedan comprar alimentos saludables; ante la amenaza del abandono o el fracaso escolar por la fractura digital, recursos digitales para los y las estudiantes que no disponen de ellos; ante la fractura formativa, refuerzo pedagógico y apuesta por experiencias estivales como el programa VECA de ocio educativo y alimentación, ante la falta de recursos económicos, la implementación del ingreso mínimo vital vinculado a la infancia, ya propuesto por María Luisa Carcedo y Pau Mari Klose en el primer Gobierno de Pedro Sánchez.

 

A la pandemia no se le vence sólo sanitariamente. El COVID-19 lo superaremos, si conseguimos que nadie se quede atrás. Si nuestros menores, sujetos políticos plenos ya en el presente, gozan del derecho a aprender, jugar, socializar y participar en condiciones de equidad con sus iguales. Decía Ortega y Gasset que la vida humana se renueva por generaciones, y que es la infancia la que marca el ritmo. Cuando la hibernación finalice, seamos coherentes. Estemos a la altura de sus sueños.

Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.1

Todavía no hay comentarios

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.