OPINIÓN
Un año después
MARI CARMEN GALLEGO. Periodista
Hace un año que no nos abrazamos, que no nos besamos, que no cantamos ni bailamos, que teletrabajamos o que teleestudiamos. En tan solo 12 meses nuestras vidas, las de los que las conservamos, ha cambiado radicalmente. Nos relacionamos con nuestras familias, vecinos y amigos de una manera diferente, nuestro ocio ha cambiado, pasamos el fin de semana en nuestras ciudades y con un poco de suerte leemos más. Pero, sobre todo, nos hemos dado cuenta de nuestra vulnerabilidad.
Nuestra vida en un país supuestamente desarrollado de un rincón del mundo presumiblemente evolucionado se ha visto expuesta a un gran terremoto. Hemos visto que la ciencia no siempre tiene respuesta para todo y esa incertidumbre, ese no sé, es lo que más nos ha desestabilizado.
Durante los momentos más duros de la pandemia, los más optimistas auguraban que esta crisis nos haría mejores personas, algo que desgraciadamente no ha sucedido. El individualismo de nuestra sociedad hace que cada uno mire por sus propios intereses y que miremos con envidia a las personas que han recibido las vacunas contra la covid-19 aunque sean mayores o dependientes.
Ahora parece lejano el tiempo en el que algunos salían cada tarde a aplaudir a los balcones, cuando llevábamos la compra a nuestros vecinos mayores o cuando nos peleábamos por sacar al perro a pasear.
Es recomendable no olvidar estas cosas, no olvidar lo que hemos pasado porque a menudo las peores experiencias de nuestras vidas nos forjan para hacer frente a las situaciones que nos quedan por vivir.
Hace un año que no nos abrazamos, que no nos besamos, que no cantamos ni bailamos, que teletrabajamos o que teleestudiamos. En tan solo 12 meses nuestras vidas, las de los que las conservamos, ha cambiado radicalmente. Nos relacionamos con nuestras familias, vecinos y amigos de una manera diferente, nuestro ocio ha cambiado, pasamos el fin de semana en nuestras ciudades y con un poco de suerte leemos más. Pero, sobre todo, nos hemos dado cuenta de nuestra vulnerabilidad.
Nuestra vida en un país supuestamente desarrollado de un rincón del mundo presumiblemente evolucionado se ha visto expuesta a un gran terremoto. Hemos visto que la ciencia no siempre tiene respuesta para todo y esa incertidumbre, ese no sé, es lo que más nos ha desestabilizado.
Durante los momentos más duros de la pandemia, los más optimistas auguraban que esta crisis nos haría mejores personas, algo que desgraciadamente no ha sucedido. El individualismo de nuestra sociedad hace que cada uno mire por sus propios intereses y que miremos con envidia a las personas que han recibido las vacunas contra la covid-19 aunque sean mayores o dependientes.
Ahora parece lejano el tiempo en el que algunos salían cada tarde a aplaudir a los balcones, cuando llevábamos la compra a nuestros vecinos mayores o cuando nos peleábamos por sacar al perro a pasear.
Es recomendable no olvidar estas cosas, no olvidar lo que hemos pasado porque a menudo las peores experiencias de nuestras vidas nos forjan para hacer frente a las situaciones que nos quedan por vivir.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.1