La esencia de la solidaridad

Como bien dice el refrán catalán, Per Nadal, cada ovella al seu corral. Y a lo mejor es ahí, cuando nos encontramos refugiados en el amor y la familia, que nos sentimos más vulnerables y frágiles y, por un instante, nos paramos a pensar en aquellas personas y familias que, aún luchando día tras día, en Navidad no tienen un refugio en el que ser y estar.

La Navidad lleva grabado en el ADN la solidaridad humana, esa que a veces dejamos de lado durante el año, envueltos en individualismos y luchas internas. Si bien la solidaridad no debería ser pasajera o dedicada a un espacio/tiempo concreto, a medida que estas fechas se acercan, más deseamos sentir el calor de los nuestros. Y es en este momento (a pesar mío, perecedero), en el que nos gustaría compartir nuestra felicidad y expandir esta ilusión que nos rodea con cualquier alma dispuesta a sentir.

La Navidad envuelve las calles de luz, de ilusión y esperanza, pero lejos queda la real esencia que supone la verdadera solidaridad: la calidez de un hogar, un plato caliente en la mesa, un juguete para compartir con aquellos que más queremos, sentirnos queridos por aquellos que nos rodean y un sinfín de detalles que van más allá de lo que nos publicitan y que, incluso, pueden llegar a ser más asequibles, como un abrazo, un “¿cómo estás?” o hacer sentir a todas aquellas almas solitarias que no están solas.

Y es en esta misma época en la que siempre me asaltan las dudas y me reencuentro con el mismo designio de querer que los seres humanos podamos llegar a aprender a ser solidarios de forma real, honesta, verdadera e incondicional.