Año nuevo, año decisivo

Si cambiar de año siempre tiene el valor de la novedad, el que acaba de empezar presenta un hecho a destacar, aunque en cultura democrática debería ser lo más normal, y es que todas las administraciones tienen sus presupuestos aprobados. Y no me refiero al mundo local, ya que los ayuntamientos cumplimos e iniciamos los ejercicios con las cuentas en orden, y, por cierto, exhibiendo una solvencia que no por ser habitual debería dejar de ser reconocida. Me refiero a los presupuestos del Estado y al de la Generalitat de Catalunya. Las opiniones que unos y otro me merecen son, como alcaldesa socialista, manifiestamente diferentes, pero en estas líneas no quiero juzgar su contenido sino destacar su singularidad.

Por un lado, porque se trata de presupuestos impulsados por gobiernos de coalición, de fuerzas políticas diferentes, y con el valor político que representa saber negociar, ponerse de acuerdo y obtener los apoyos necesarios. En los tiempos que corren, excesivamente marcados, para mi gusto, por la tensión permanente y posiciones populistas radicales -especialmente desde la derecha-, esta singularidad debe ser remarcada. Tan remarcada como el deseo de que se aparquen todos los debates estériles y las acciones tangibles finalmente se abran paso para responder, realmente, a las necesidades y expectativas de la ciudadanía.

Por otro lado, el adjetivo “singular” de los presupuestos debe aplicarse precisamente al carácter de esas acciones. Porque 2022 no es un año cualquiera. Es un año decisivo. Y por tanto la política debe orientarse tanto a la gestión del día a día -que no es poco, y las urgencias son evidentes- como a sentar las bases para la que ha de ser una recuperación justa, así como para mejorar nuestro modelo social, económico, medioambiental, y también democrático. En lo social, porque es esencial salir de la crisis pandémica con mayores cuotas de justicia, igualdad y bienestar si queremos fortalecer la cohesión. En lo económico, porque es fundamental garantizar puestos de trabajo y derechos de los trabajadores y abordar la reconversión digital y circular de la actividad productiva. En lo medioambiental, porque el cambio climático apremia, la resiliencia es una exigencia y la ecología es un parámetro básico para desarrollar cualquier proceso transformador y medir toda actuación pública o privada. Y en lo democrático -en parte consecuencia de los tres ámbitos anteriores-, porque nos jugamos valores centrales como la convivencia, la pluralidad y el progreso.

Si me permiten, para que esta tarea se lleve a cabo con éxito, tomen nota de la experiencia, el pragmatismo y la visión de los ayuntamientos. Para muestra, el botón de Gavà: un presupuesto de más de 58 millones de euros para combatir los efectos de la pandemia y trabajar por una recuperación justa, garantizar las políticas de bienestar y educación, incrementar el mantenimiento y la calidad del espacio público, así como la movilidad sostenible, y avanzar en los proyectos estratégicos que priorizan el acceso a la vivienda, la dinamización económica, la preservación del territorio y la transición ecológica. Todo ello, sin incrementar la presión fiscal y reduciendo aún más la deuda municipal. Y con una clara intención de concretar acciones tangibles, una mirada renovada hacia el futuro y una sincera voluntad de colaboración y consenso ciudadano e institucional. Porque es tan importante saber actuar como saber sumar.