OPINIÓN
Un 2022 plagado de incógnitas
MANUEL DOBAÑO. Periodista
Pues sí, tengo la percepción de que el maldito virus ese que nos está amargando la vida a todos, ha dejado un tanto adormecidas mis neuronas, ello a pesar de mi reciente y reconfortante viaje que realicé a La Palma, 'la isla bonita'. Allí acudí para ensanchar horizontes y dialogar conmigo mismo. Y también, como no podía ser de otra manera, para satisfacer la curiosidad de ver de cerca las cicatrices de un ahora tranquilo volcán que ha dejado profunda huella entre los palmeros y las palmeras.
En el transcurso de mi fugaz visita turística navideña a estas paradisiacas tierras canarias, tuve la oportunidad de comprobar una circunstancia en la que, en principio, no había reparado. Resulta que cuando pululaba tranquilamente por la isla, y solamente tenía la fijación de poder apreciar de cerca los infernales estragos que ha dejado el volcán, partía de una idea parcial de la realidad que diaria y machaconamente me habían mostrado los primeros planos de las cámaras de la televisión.
Resulta evidente que, para los habitantes de La Palma, la procesión va por dentro, y fuera del lugar concreto de la zona afectada, tuve la sensación de que en el resto de la isla la vida transcurría dentro de una cierta normalidad. Y ya de regreso a casa, los medios informativos insistían en la misma cantinela de siempre. Que la economía va fatal, que el virus no hay manera de controlarlo y que la salud mental está bajo mínimos. Todo un negro panorama plagado de incógnitas que nos esperan para el 2022, como las arenas de La Palma.
Pues sí, tengo la percepción de que el maldito virus ese que nos está amargando la vida a todos, ha dejado un tanto adormecidas mis neuronas, ello a pesar de mi reciente y reconfortante viaje que realicé a La Palma, 'la isla bonita'. Allí acudí para ensanchar horizontes y dialogar conmigo mismo. Y también, como no podía ser de otra manera, para satisfacer la curiosidad de ver de cerca las cicatrices de un ahora tranquilo volcán que ha dejado profunda huella entre los palmeros y las palmeras.
En el transcurso de mi fugaz visita turística navideña a estas paradisiacas tierras canarias, tuve la oportunidad de comprobar una circunstancia en la que, en principio, no había reparado. Resulta que cuando pululaba tranquilamente por la isla, y solamente tenía la fijación de poder apreciar de cerca los infernales estragos que ha dejado el volcán, partía de una idea parcial de la realidad que diaria y machaconamente me habían mostrado los primeros planos de las cámaras de la televisión.
Resulta evidente que, para los habitantes de La Palma, la procesión va por dentro, y fuera del lugar concreto de la zona afectada, tuve la sensación de que en el resto de la isla la vida transcurría dentro de una cierta normalidad. Y ya de regreso a casa, los medios informativos insistían en la misma cantinela de siempre. Que la economía va fatal, que el virus no hay manera de controlarlo y que la salud mental está bajo mínimos. Todo un negro panorama plagado de incógnitas que nos esperan para el 2022, como las arenas de La Palma.
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