OPINIÓN
Son mayores, pero no idiotas
ÁNGEL T. GARCÍA. Periodista
![[Img #41241]](https://elfar.cat/upload/images/02_2022/3926_angel-t-garcia.jpg)
Con 86 años, Consuelo se encuentra perfectamente. No ha sufrido la COVID y está vacunada, va cobrando su pequeña pero suficiente pensión, sus hijos tienen más o menos la vida encarrilada, y aún puede desenvolverse sola con dignidad y solvencia. Después de muchos meses encerrada, ya se atreve a salir a diario a comprar el pan y dar un paseo. La vida transcurre. Los nietos. La gata. Las plantas. La casa. La tele. ¿Quién dijo aburrimiento?
Viuda desde hace 20 años, no se había sentido dependiente de nadie hasta que un día fue a sacar dinero al banco y ya no estaba la chica de siempre detrás del mostrador de siempre. Aquella que le explicaba cuándo debía actualizar la libreta o le avisaba de si había algún problema. Aquel lunes, la trabajadora había sido definitivamente sustituida por una máquina. Hacía ya muchos años que amenazaban con hacerlo, que le ponían dificultades para darle dinero en el mostrador y le empujaban hacia el cajero automático. ¡Aquella máquina del demonio! No había sido hasta la pandemia que no se atrevieron a cambiarlo todo. Así, valientemente. Aprovechando que los más mayores no podían salir de casa.
Esa mañana se dio media vuelta y no compró todo lo quería. No llevaba suficiente dinero. Nunca se había fiado de las tarjetas bancarias que tanto usaban los jóvenes. Tenía una, pero no la llevaba nunca. Siempre había temido perderla y perderlo todo. O que le engañaran y le robaran. Llegó a casa disgustada y no dijo nada. Por la tarde haría un esfuerzo y se acercaría a la farmacia con su tarjeta. A ver si le ayudaban a la hora de pagar. ¡Ojalá no hubiera demasiada gente!
En la farmacia le esperó otra sorpresa. La pandemia había obligado a adoptar medidas de seguridad que garantizaran las distancias entre personas y el orden en las colas. Habían colocado para ello un dispensador de tanda electrónico. Un artefacto fácil de usar para los jóvenes pero complicado para ella. Había unos números y letras, con colores… y una campanita que avisaba… No se atrevió a preguntar. No era tonta, pero le daba vergüenza hacer esperar a personas que parecían muy preocupadas, comprando medicinas.
Esa tarde se dio media vuelta y no compró lo que necesitaba. Ya en casa, tuvo que pedir ayuda a su hija para tratar de entender por qué no le habían enviado el recibo de la luz y por qué había subido tanto el teléfono si no lo usaba. Tampoco tenía claro si había pagado la Contribución, porque el Ayuntamiento había cambiado los plazos de pago. Todos le decían que podía hacer la consulta por Internet, pero ella ni podía, ni sabía, ni quería usar esa herramienta. Las pantallas le mareaban, las letras eran pequeñitas y todo tenía que ir deprisa, deprisa y no era seguro. ¡Pero si hasta los diputados se equivocan en las votaciones del Congreso!
Consuelo no es tonta pero la sociedad le está haciendo creer que sí, que lo es porque no participa de la modernidad a la velocidad adecuada. Analfabeta digital, dicen que es, estos faltones. ¡Tendrían que haber sufrido ellos la posguerra! El que tampoco parece torpe es el médico jubilado residente en Valencia Carlos San Juan, que ha recogido 600.000 firmas y ha dado voz a tantas personas mayores que, silenciosamente, están haciéndose cargo de la situación pandémica y tragan cada día con las dificultades que les ponen los bancos. ¿Su oportuno lema? "Soy mayor pero no idiota".
Las entidades financieras, mientras tanto, han presentado los resultados de 2021: los cinco bancos más grandes de España han logrado unas ganancias de más de 17.000 millones de euros, un 45% más que 2019, año pre pandemia. Con unos intereses que permanecen bajos, ¿de dónde ha salido tanto número positivo? ¿Del recorte en servicios al cliente? ¿De los despidos del personal? ¿Del cierre de las sucursales?
Después de la presentación de las firmas de San Juan y del ruido mediático, se ha creado un problema de reputación para la banca y parece que las patronales AEB (bancos), CECA (antiguas cajas de ahorro) y UNACC (cajas rurales) se están apresurando a elaborar unos reglamentos de actuación que tengan en cuenta las necesidades de todas las personas. Menos mal.
Señores banqueros, nuestros mayores han trabajado toda la vida entre personas y normalmente cobran pensiones bajas. No merecen ser mareados; atendidos por máquinas o solo con afán comercial. Recuperen la proximidad a las personas en sus oficinas. Todas las tribus han respetado siempre a los miembros de más edad porque atesoran la experiencia. Ellos han construido lo que ahora tenemos y merecen un respeto.
Con 86 años, Consuelo se encuentra perfectamente. No ha sufrido la COVID y está vacunada, va cobrando su pequeña pero suficiente pensión, sus hijos tienen más o menos la vida encarrilada, y aún puede desenvolverse sola con dignidad y solvencia. Después de muchos meses encerrada, ya se atreve a salir a diario a comprar el pan y dar un paseo. La vida transcurre. Los nietos. La gata. Las plantas. La casa. La tele. ¿Quién dijo aburrimiento?
Viuda desde hace 20 años, no se había sentido dependiente de nadie hasta que un día fue a sacar dinero al banco y ya no estaba la chica de siempre detrás del mostrador de siempre. Aquella que le explicaba cuándo debía actualizar la libreta o le avisaba de si había algún problema. Aquel lunes, la trabajadora había sido definitivamente sustituida por una máquina. Hacía ya muchos años que amenazaban con hacerlo, que le ponían dificultades para darle dinero en el mostrador y le empujaban hacia el cajero automático. ¡Aquella máquina del demonio! No había sido hasta la pandemia que no se atrevieron a cambiarlo todo. Así, valientemente. Aprovechando que los más mayores no podían salir de casa.
Esa mañana se dio media vuelta y no compró todo lo quería. No llevaba suficiente dinero. Nunca se había fiado de las tarjetas bancarias que tanto usaban los jóvenes. Tenía una, pero no la llevaba nunca. Siempre había temido perderla y perderlo todo. O que le engañaran y le robaran. Llegó a casa disgustada y no dijo nada. Por la tarde haría un esfuerzo y se acercaría a la farmacia con su tarjeta. A ver si le ayudaban a la hora de pagar. ¡Ojalá no hubiera demasiada gente!
En la farmacia le esperó otra sorpresa. La pandemia había obligado a adoptar medidas de seguridad que garantizaran las distancias entre personas y el orden en las colas. Habían colocado para ello un dispensador de tanda electrónico. Un artefacto fácil de usar para los jóvenes pero complicado para ella. Había unos números y letras, con colores… y una campanita que avisaba… No se atrevió a preguntar. No era tonta, pero le daba vergüenza hacer esperar a personas que parecían muy preocupadas, comprando medicinas.
Esa tarde se dio media vuelta y no compró lo que necesitaba. Ya en casa, tuvo que pedir ayuda a su hija para tratar de entender por qué no le habían enviado el recibo de la luz y por qué había subido tanto el teléfono si no lo usaba. Tampoco tenía claro si había pagado la Contribución, porque el Ayuntamiento había cambiado los plazos de pago. Todos le decían que podía hacer la consulta por Internet, pero ella ni podía, ni sabía, ni quería usar esa herramienta. Las pantallas le mareaban, las letras eran pequeñitas y todo tenía que ir deprisa, deprisa y no era seguro. ¡Pero si hasta los diputados se equivocan en las votaciones del Congreso!
Consuelo no es tonta pero la sociedad le está haciendo creer que sí, que lo es porque no participa de la modernidad a la velocidad adecuada. Analfabeta digital, dicen que es, estos faltones. ¡Tendrían que haber sufrido ellos la posguerra! El que tampoco parece torpe es el médico jubilado residente en Valencia Carlos San Juan, que ha recogido 600.000 firmas y ha dado voz a tantas personas mayores que, silenciosamente, están haciéndose cargo de la situación pandémica y tragan cada día con las dificultades que les ponen los bancos. ¿Su oportuno lema? "Soy mayor pero no idiota".
Las entidades financieras, mientras tanto, han presentado los resultados de 2021: los cinco bancos más grandes de España han logrado unas ganancias de más de 17.000 millones de euros, un 45% más que 2019, año pre pandemia. Con unos intereses que permanecen bajos, ¿de dónde ha salido tanto número positivo? ¿Del recorte en servicios al cliente? ¿De los despidos del personal? ¿Del cierre de las sucursales?
Después de la presentación de las firmas de San Juan y del ruido mediático, se ha creado un problema de reputación para la banca y parece que las patronales AEB (bancos), CECA (antiguas cajas de ahorro) y UNACC (cajas rurales) se están apresurando a elaborar unos reglamentos de actuación que tengan en cuenta las necesidades de todas las personas. Menos mal.
Señores banqueros, nuestros mayores han trabajado toda la vida entre personas y normalmente cobran pensiones bajas. No merecen ser mareados; atendidos por máquinas o solo con afán comercial. Recuperen la proximidad a las personas en sus oficinas. Todas las tribus han respetado siempre a los miembros de más edad porque atesoran la experiencia. Ellos han construido lo que ahora tenemos y merecen un respeto.
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