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Jueves, 30 de Junio de 2022
OPINIÓN

Sin etiquetas

PATRICIA ALIU. Periodista

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Mi libertad termina donde empieza la de los demás. Eso decía mi padre citando a Sartre. Puede parecer una frase sencilla y la forma más fácil de vivir, aunque para hacerla realidad y disfrutar de lleno de esa máxima del filósofo hay que comprometerse a luchar a diario a contracorriente, frente a viento y marea. Para ser libres sin condiciones. Para que nadie nos hostigue y persiga por nuestras ideas y creencias, raza, situación económica, preferencia sexual o, en fin, lo que nos hace humanos: ser, a la vez, diferentes entre nosotros y también iguales.

 

Esta semana estamos celebrando, en toda la comarca y en el mundo, el Día del Orgullo LGBTI+. Ni soy la primera que lo digo, ni seré la última: aunque se lleven a cabo en todas las ciudades actividades muy motivadoras y educativas para conmemorar el 28 de junio, preferiría que no hubieran de realizarse nunca más. Pero aún estamos en el camino de conseguir que todo el mundo acepte las diferencias del otro y no las juzgue. Mientras tanto, podemos conocer maneras distintas de ver la realidad. Aunque molesten, aunque no sigan el discurso imperante, aunque incomoden.

 

Si, además, nos muestran esas perspectivas diversas de forma que nos remuevan por dentro, ya no podremos soltarlas y seguirán en nosotros, cambiando nuestra percepción del mundo. Por eso, y aunque han transcurrido unas cuantas décadas, jamás olvidaré el día en que Ocaña, el artista sevillano, performer y activista de la comunidad LGTBQ —lo último, sin pretenderlo—, nos pidió permiso para compartir mesa y se sentó a comer con mis progenitores y yo en el desaparecido Restaurant Egipte del Barrio Chino de Barcelona. Si había alguien sin etiquetas y que no se las ponía a los demás, los tres vimos que era él. Precisamente, en la larga entrevista que mantuvo con Ventura Pons para la película Ocaña, retrato intermitente, de 1978, dijo: “Yo no soy travestí ni un saco de patatas, yo hago lo que me da la gana”.

 

Quizás deberíamos aprender de él. Y olvidarnos de etiquetar a nadie. Ni siquiera a nosotros mismos.

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