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Jueves, 15 de Septiembre de 2022
OPINIÓN

Revolución climática

JUAN CARLOS RUIZ. Periodista.

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La moraleja del lobo que viene a comerse las ovejas se basa en falsear o exagerar un peligro real, que de tanto repetirlo no es creíble cuando sucede efectivamente. Lo que no tiene nada de moraleja, sino más bien de estupidez, es ignorar los avisos, continuados y fundamentados, de la comunidad científica sobre un peligro global, como los efectos del cambio climático, y apenas hacer nada.

 

Realmente, ¿hace falta que muchas noches de verano no podamos dormir bien por el intenso calor para cerciorarnos de que estamos ante una revolución climática, producida en gran parte por causas humanas?

 

La ONU, ese organismo tan denostado por algunos sectores porque a veces dice lo que no interesa a los lobbys de poder, viene avisando desde hace tres décadas del aumento significativo de las temperaturas en tierra y océanos. También de la mala calidad del aire que respiramos, que nos da la vida, pero que, según como, nos mata.

 

Ahora que empezamos a entrever las consecuencias cotidianas del peligro –como si la perspectiva de echar a perder el planeta fuera una cosa que nos caía más bien lejos–, quienes gobiernan nos dirán que ahorremos energía, que cambiemos el coche de gasolina o gasoil, que utilicemos transportes sostenibles...

 

Y está bien, pero los cambios a acometer deberían comprometer sobre todo a las esferas económicas más altas. Porque son quienes más contaminan: las industrias que no han hecho una adaptación verde, el uso expansionista de aviones o de cruceros, las piscinas de uso privado... Según un informe de Oxfam-Intermón, el 1% más rico de la población mundial ha sido responsable de más del doble de las emisiones de gases de efecto invernadero que los cerca de 3.100 millones de personas que conforman el 50% más pobre.

 

No faltarán los negacionistas del cambio climático, ya sean populistas, a través de mensajes de whatsapp infantiloides, o acomodados al estilo de futbolistas de prestigio que se ríen del asunto como si estas cosas mundanas no fueran con los que viven en su burbuja elitista.

 

Y, por si fuera poco, la situación bélica está acrecentando la sensación de fragilidad y de pérdida de las comodidades mundanas que creíamos irreversibles. Las estrecheces energéticas que se anuncian para este invierno se cebarán, como siempre pasa, con los sectores poblacionales más vulnerables.

 

Por tanto, sí, el reto de estrechar más el cinturón a quien más tiene es una tarea titánica, pero ¿estamos o no estamos ante una revolución?

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