OPINIÓN
Apóstoles del cambio
PATRICIA ALIU. Periodista
![[Img #45085]](https://elfar.cat/upload/images/11_2022/6525_patricia-aliu.jpg)
El cambio no es sólo parte esencial de la vida, es la vida misma, decía el escritor y sociólogo Alvin Toffler, famoso por sus teorías sobre el futuro referidas a la revolución tecnológica y sus consecuencias. En la actualidad se habla largo y tendido sobre procesos de transformación e innovación, sobre la archi repetida expresión “zona de confort” y sobre la necesidad de aprender a afrontar lo nuevo que se nos va planteando.
Todo eso está muy bien porque negar los cambios es negar la vida, pero no nos volvamos locos. En todas las épocas, y desde que la humanidad existe, hemos tenido que cambiar, voluntaria o involuntariamente, aspectos de nuestras vidas, y también hemos visto cómo mutaba la sociedad y el entorno año tras año. Entonces, ¿por qué desde hace tiempo hay tanto apóstol del cambio si éste es una característica intrínseca de la vida?
Tal vez la respuesta a esta pregunta esté en el bombardeo de miedos e incertidumbres que nos rodean hoy en día y que se han hecho mucho más patentes después de la irrupción en 2020 de un virus desconocido que se convirtió en global.
Las inseguridades siguieron después con las medidas sanitarias a tomar y con la vacuna contra ese virus, y ya parecen agua pasada, controlada, aunque con un poso amargo.
Pero han seguido surgiendo tristes novedades por vivir: la erupción de un volcán —que casi hemos olvidado—, la guerra de ocho meses que aún continúa, la subida de los precios de la energía y de todos los precios, el calentamiento global…
Y habrá más, porque en nuestra naturaleza está la acción. Para vivir el cambio, la clave no es no tenerle miedo, sino afrontarlo a pesar de ese miedo. No podemos controlar muchas de las cosas que nos suceden, pero podemos controlar cómo reaccionamos ante ellas. Nos va la tranquilidad y el futuro en ello.
El cambio no es sólo parte esencial de la vida, es la vida misma, decía el escritor y sociólogo Alvin Toffler, famoso por sus teorías sobre el futuro referidas a la revolución tecnológica y sus consecuencias. En la actualidad se habla largo y tendido sobre procesos de transformación e innovación, sobre la archi repetida expresión “zona de confort” y sobre la necesidad de aprender a afrontar lo nuevo que se nos va planteando.
Todo eso está muy bien porque negar los cambios es negar la vida, pero no nos volvamos locos. En todas las épocas, y desde que la humanidad existe, hemos tenido que cambiar, voluntaria o involuntariamente, aspectos de nuestras vidas, y también hemos visto cómo mutaba la sociedad y el entorno año tras año. Entonces, ¿por qué desde hace tiempo hay tanto apóstol del cambio si éste es una característica intrínseca de la vida?
Tal vez la respuesta a esta pregunta esté en el bombardeo de miedos e incertidumbres que nos rodean hoy en día y que se han hecho mucho más patentes después de la irrupción en 2020 de un virus desconocido que se convirtió en global.
Las inseguridades siguieron después con las medidas sanitarias a tomar y con la vacuna contra ese virus, y ya parecen agua pasada, controlada, aunque con un poso amargo.
Pero han seguido surgiendo tristes novedades por vivir: la erupción de un volcán —que casi hemos olvidado—, la guerra de ocho meses que aún continúa, la subida de los precios de la energía y de todos los precios, el calentamiento global…
Y habrá más, porque en nuestra naturaleza está la acción. Para vivir el cambio, la clave no es no tenerle miedo, sino afrontarlo a pesar de ese miedo. No podemos controlar muchas de las cosas que nos suceden, pero podemos controlar cómo reaccionamos ante ellas. Nos va la tranquilidad y el futuro en ello.
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