OPINIÓN
La pandemia que no afloja
MARI CARMEN GALLEGO. Periodista
![[Img #46101]](https://elfar.cat/upload/images/01_2023/1984_mari-carmen-gallego.jpg)
El año 2023 que acabamos de iniciar comienza igual que acabó 2022, con cifras espeluznantes de crímenes machistas, de mujeres muertas a manos de las personas que un día aseguraron dar su vida por ellas o personas que les juraron amor eterno.
Unas cifras terroríficas que nos tienen que hacer pensar en qué nos hemos equivocado como sociedad y cómo una persona se cree con el derecho de decidir sobre la vida aplicando la fuerza. Detrás de cada uno de los números hay vidas rotas, silencio, miedo, familias destrozadas y mucho dolor.
Y, además, debemos tener en cuenta que las cifras que conocemos son las que tienen un desencadenante fatal. Pero no salen reflejadas las mujeres que se sienten perseguidas, que duermen con la puerta de la habitación cerrada a cal y canto con dos llaves o que miran por encima del hombro permanentemente al sentirse amenazadas.
Esta pandemia no afloja, no hay vacunas para ella y ello nos debe hacer reflexionar. Hace años, cuando conocíamos un caso de violencia machista, más aún si el desenlace era fatal, los periodistas corrían al barrio de la víctima, se hacían perfiles del maltratador y de la finada y se dibujaba su entorno. Ahora eso ya no es noticia. Lo que es habitual deja de ocupar papel en los diarios o minutos en las radios y en las televisiones. Y no podemos resignarnos ni normalizar esta situación. Cada caso de maltrato, de violencia contra las mujeres por el mero hecho de serlo, es un paso atrás en democracia, en libertad, en igualdad y en humanidad.
La violencia machista es una vulneración de derechos humanos que alcanza proporciones pandémicas. Deberíamos, como sociedad, dedicar los mismos recursos, esfuerzos y medios para encontrar la dosis de la vacuna necesaria para poder combatirla.
El año 2023 que acabamos de iniciar comienza igual que acabó 2022, con cifras espeluznantes de crímenes machistas, de mujeres muertas a manos de las personas que un día aseguraron dar su vida por ellas o personas que les juraron amor eterno.
Unas cifras terroríficas que nos tienen que hacer pensar en qué nos hemos equivocado como sociedad y cómo una persona se cree con el derecho de decidir sobre la vida aplicando la fuerza. Detrás de cada uno de los números hay vidas rotas, silencio, miedo, familias destrozadas y mucho dolor.
Y, además, debemos tener en cuenta que las cifras que conocemos son las que tienen un desencadenante fatal. Pero no salen reflejadas las mujeres que se sienten perseguidas, que duermen con la puerta de la habitación cerrada a cal y canto con dos llaves o que miran por encima del hombro permanentemente al sentirse amenazadas.
Esta pandemia no afloja, no hay vacunas para ella y ello nos debe hacer reflexionar. Hace años, cuando conocíamos un caso de violencia machista, más aún si el desenlace era fatal, los periodistas corrían al barrio de la víctima, se hacían perfiles del maltratador y de la finada y se dibujaba su entorno. Ahora eso ya no es noticia. Lo que es habitual deja de ocupar papel en los diarios o minutos en las radios y en las televisiones. Y no podemos resignarnos ni normalizar esta situación. Cada caso de maltrato, de violencia contra las mujeres por el mero hecho de serlo, es un paso atrás en democracia, en libertad, en igualdad y en humanidad.
La violencia machista es una vulneración de derechos humanos que alcanza proporciones pandémicas. Deberíamos, como sociedad, dedicar los mismos recursos, esfuerzos y medios para encontrar la dosis de la vacuna necesaria para poder combatirla.
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