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Jueves, 14 de Diciembre de 2023
OPINIÓN

Vivir en una burbuja

JUAN CARLOS RUIZ. Periodista

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Una de las paradojas de la actual sociedad supertecnologizada, y con sobreabundancia informativa, es la creación de burbujas de opinión. Espacios impermeables, basados generalmente en la aceptación parcial de una parte de la realidad, y que asumen ésta como la única e indiscutible, que parecen generados a prueba de bomba.

 

Y valga la expresión para ejemplificar esta idea con la legitimidad que otorgan a los bombardeos masivos y criminales de Gaza por parte del ejército israelí no solo una gran parte de la población del país hebreo, sino también, con mayor o menor medida, corrientes ultraliberales del resto del planeta.

 

Tan compacta es esta burbuja que sus acólitos asocian la mínima mención a la necesidad de poner fin a la masacre de inocentes, en gran mayoría población infantil, con estar de parte del terrorismo de Hamás. Una asociación tan burda y maniqueísta –“si no estás con nosotros, estás contra nosotros”– que costaría entender cómo se ha hecho un hueco en el rifirrafe político español, si no fuera porque vivimos, de un tiempo acá, inmersos también en un universo de burbujas informativas.

 

Burbujas reconocibles porque quienes están en ella defienden su credo como el único válido, y ven al resto como enemigos. Y en ocasiones, fundamentados en marcos mentales basados en el odio.

 

Las manifestaciones de Ferraz responden a un marco mental que considera como enemigo a quien cuestiona su idea de nación española centralista, sacrosanta e indisoluble, situándola por encima de cualquier resultado o aventura democrática. También en Catalunya vivimos en 2017 una burbuja de opinión centrada en creer que el mundo reconocería la creación de un nuevo Estado de manera unilateral.

 

Pero no sólo la política y la geoestrategia crean estos espacios pétreos de pensamiento. Los negacionismos de diversa índole (antivacunas, antifeministas, conspiraciones judeomasónicas...) suelen nutrirse de aquellos que se enorgullecen de que “yo hace tiempo que no sigo las noticias” –se entiende que de los medios informativos convencionales–, pero replican lo que les llega por canales de desinformación de whatsapp o redes sociales, hasta el punto de creerse los poseedores de la auténtica verdad.

 

Los expertos aseguran que estas burbujas ideológicas han existido siempre –cómo si no se explica el auge del nazismo y el antisemitismo de hace un siglo–, y todos participamos de alguna manera de ellas, pero que la realidad digital las ha radicalizado al hacer posible difundir y reproducir ideas simplistas y sin contexto.

 

En consonancia con todo esto, no debe ser casual que los recientes resultados demoledores del informe PISA se asocien a los efectos que provocó el aislamiento por la pandemia. Socializar y compartir siempre han sido los antídotos de la intolerancia y la indigencia intelectual.

 

Ahora, a las puertas de las reuniones navideñas, socialicemos, expresemos lo que nos venga en gana sin exabruptos y con respeto y contribuyamos en lo posible a abrir rendijas en las burbujas más perniciosas.

 

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