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Viernes, 26 de Abril de 2024
OPINIÓN

EDITORIAL. La crisis de salud mental juvenil

MARÍA JOSÉ ESPINOSA. Directora de ELFAR.CAT

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El bienestar emocional es un aspecto clave para garantizar la buena salud y el desarrollo personal y social satisfactorio en la infancia y adolescencia. Por este motivo, su promoción -desde todos los ámbitos y perspectivas posibles- y la prestación de recursos de atención, apoyo y acompañamiento a las necesidades de la población infanto-juvenil y sus familias, se han de convertir en objetivos fundamentales de nuestra sociedad.


La adolescencia y la juventud es la etapa de la vida caracterizada por cambios profundos, importantes y continuos en el desarrollo de la persona a nivel neurobiológico, físico, emocional, psicológico y social. Es un período de máximos niveles de funcionalidad física, intelectual y reproductiva, junto con la necesidad de la persona de cuestionar los aprendizajes adquiridos en la etapa infantil y diferenciarse de los referentes adultos como proceso de encontrar su propia identidad y llegar a la etapa adulta.


Durante décadas, la salud mental ha estado marcada por una estigmatización social que hacía responsable al propio individuo de su problemática. Poco a poco, y con mucho esfuerzo, este ámbito se ha ido normalizando -aunque aún queda mucho camino por recorrer- y las agendas públicas han ido incorporando programas e iniciativas encaminadas a que estas personas se sientan protegidas y cuenten con medios a su alcance para superar o paliar las patologías que sufren.


Pero sigue sin ser suficiente. Hay que continuar exigiendo más recursos y profesionales porque cada vez existe un mayor número de casos relacionados con problemas de salud mental, sobre todo entre los más jóvenes. De hecho, según se desprende de un estudio elaborado recientemente por la Diputación de Barcelona, el estado de ánimo de los que tienen entre 15 y 16 años ha empeorado tras la crisis sanitaria. Muchos de ellos sufren angustia de cara al futuro, ansiedad, pánico, baja autoestima, adicciones, trastornos alimentarios, aislamiento social, estrés, depresión o irritabilidad. Vulnerabilidades palpables que les imposibilitan llevar una vida plena y que pueden derivar en conductas lesivas para su salud y para los que están a su alrededor.


Otro de los datos que se desprende de este informe es que el ocio vinculado a internet y a las redes sociales también se acentuó durante y tras la pandemia. Se calcula que un 40% de los adolescentes hace un uso excesivo de las nuevas tecnologías, lo que provoca un efecto negativo, ya que se ven obligados a desatender otras actividades necesarias tanto para su desarrollo personal como formativo.


Es positivo que el Govern de la Generalitat haya reforzado el programa Salut i Escola, desplegándolo en todos los institutos catalanes, con visitas regulares de una enfermera de referencia. Pero es reprochable que desde la conselleria de Educación consideren “no viable” la contratación de un psicólogo para cada centro escolar.


Este profesional ayudaría a muchos jóvenes que sufren problemas de salud mental a afrontar la situación, darles herramientas para que aprendan a gestionar, asumir o aceptar ese malestar emocional que les atormenta, ayudarles a desarrollar habilidades y estrategias que permitan disminuir los síntomas de su desazón y favorecer que tengan conciencia de sus propias capacidades.


Además, también podría ser de gran utilidad para evitar que el número de autolesiones y de suicidios siga en aumento, sobre todo en los adolescentes. De forma alarmante, las muertes voluntarias entre la franja de edad de los 15 a 19 años ha alcanzado máximos históricos.


Esto demuestra que necesitamos un mayor requerimiento asistencial. Pero, lamentablemente, ha quedado en evidencia que el sistema nacional de salud no responde como es debido, dada la escasez de recursos y la imposibilidad de absorber toda la demanda.


Ha llegado la hora de actuar con firmeza en el ámbito de la salud mental. Abordar esta cuestión e impulsar nuevas acciones han de convertirse en una prioridad inexcusable de gobiernos y administraciones, de los equipos docentes, de otros profesionales que intervienen diariamente con este colectivo y de las propias familias.


Un gran pacto nacional, dotado de presupuestos reales, similar al de la violencia machista, tal y como reclaman desde la Fundación Española para la Prevención del Suicidio, podría ser un primer e importante paso adelante. Y también lo sería impartir educación emocional en los colegios e institutos con el objetivo de ir más allá de la mera atención a los enfermos y prevenir los problemas mentales antes de que aparezcan.


No sigamos escondiendo una realidad que nos desborda. Todas las alertas están en rojo. Necesitamos sin premura respuestas integrales y de calidad ante una de las mayores crisis del siglo XXI.

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