OPINIÓN
EDITORIAL. Libertad e igualdad
MARÍA JOSÉ ESPINOSA. Directora de ELFAR.CAT
![[Img #57064]](https://elfar.cat/upload/images/11_2024/7911_maria-jose.jpg)
Pese a todos los avances conseguidos en las últimas décadas, el sistema patriarcal, o lo que es lo mismo la supremacía masculina con más de 10.000 años de historia, sigue instaurado, muy lamentablemente, en la sociedad actual. Aunque la incorporación de la mujer al mundo laboral es un hecho innegable, lo cierto es que éstas, por ejemplo, dedican 23 horas más a la semana que los hombres a las labores del hogar, es decir, un total de 1.202 horas anuales o 50 días al año, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
Pero éste no es el único problema, ni el más grave. A las puertas de un nuevo 25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, hemos de volver a poner en evidencia las escalofriantes cifras y denunciar una vez más públicamente los malos tratos que reciben las mujeres por el simple hecho de ser mujeres. Muchas de ellas son sometidas por sus agresores, que suelen ser sus parejas o exparejas, haciéndolas sufrir vejaciones de manera sistemática y padeciendo un auténtico infierno. Y algunas, por desgracia, son maltratadas hasta la muerte.
Pese a los negacionistas, encabezados por el partido ultraderechista Vox, la violencia de género fue reconocida como tal en el año 1993, hace más de tres décadas. Fue entonces cuando la Asamblea General de Naciones Unidas presentó la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra las mujeres; y en 1999 se declaró el 25N como el Día Internacional contra una de las peores lacras del siglo XXI. Por este motivo, no podemos hablar de paz, igualdad y derechos cuando la mitad de la sociedad vive amenazada.
No es una invención de las femininazis, término utilizado con maldad y sin pudor por muchos. Es una grave crisis humanitaria reconocida por la propia ONU y, por este motivo, es inconcebible que la ultraderecha de nuestro país, y parte del PP que les baila el agua para mantenerse en las poltronas, siga utilizando el término de violencia doméstica o intrafamiliar, algo que pertenecía antiguamente al espacio privado. Porque lo cierto es que la violencia machista existe y los partidos políticos que la niegan nos están coartando la libertad y la posibilidad de que todas y cada una de nosotras vivamos en una democracia real y en una sociedad justa.
El asesinato es sólo la punta del iceberg, pero el machismo tiene múltiples caras y diferentes formas de ejercerlo. Las amenazas, la inseguridad, la dependencia económica, la violencia física y psicológica, la imposibilidad de salir de un hogar en el que conviven con el acosador, las agresiones sexuales en el espacio público y privado, los vientres de alquiler, la mutilación genital femenina, la explotación sexual, el ciberacoso, la prostitución, el tráfico de mujeres… Éstos son algunos ejemplos, pero son innumerables. Y a cada cual más cruel y discriminatorio.
Éste también es el caso de la pornografía. Muchos expertos achacan al consumo de porno entre los jóvenes, que están en edades en las que no disponen de herramientas para discernir la ficción de la realidad, como detonante de un mayor número de agresiones sexuales perpetradas por personas de edades muy tempranas. Desafortunadamente, el fenómeno de los menores que cometen este tipo de delitos lleva creciendo, de manera imparable, desde el año 2017.
Los niños son un colectivo especialmente vulnerable frente a la violencia a través de Internet. Por eso hemos de luchar para que los jóvenes de hoy, que serán los hombres del mañana, se posicionen contra la cosificación e instrumentalización del cuerpo de las mujeres, que rechacen la pornografía y que se conviertan en abolicionistas de la prostitución. Los estereotipos de género se han de romper de una vez por todas.
Asimismo, hay que seguir reivindicando la quimera feminista que, tal como afirmaba Angela Yvonne Davis, es la idea radical de que las mujeres somos personas. La lucha por la igualdad y por la defensa del feminismo tiene que ser más intensa legislativamente. Está claro que algo no se está haciendo bien, por lo que hay que poner remedio de inmediato.
No podemos mirar para otro lado. Toda la sociedad ha de sentirse corresponsable en la lucha contra la violencia machista en todas sus formas. Es necesario ponerla al descubierto, desenmascararla y plantarle cara. Sin titubeos y sin ninguna concesión.
Hemos de seguir aprobando leyes que protejan a las víctimas, dotar de más recursos a los servicios de prevención y abordaje de la violencia contra las mujeres, educar en feminismo e incorporar la perspectiva de género en todos los ámbitos, principalmente en el judicial, que se ha de modernizar y democratizar de una vez por todas.
Este 25N, y todos los días del año, tenemos que gritar bien fuerte que queremos la igualdad y que, sobre todo, queremos y debemos ser libres. Sólo una sociedad en la que las mujeres no sufran ningún tipo de violencia por el simple hecho de ser mujeres, puede ser considerada una sociedad completamente libre y únicamente una democracia libre de violencia machista puede ser una democracia plena.
Hemos de poder ejercer nuestros derechos con total libertad. El sueño feminista es el de una sociedad basada en la igualdad y la democracia. Y para hacerse realidad, se ha de convertir en una cuestión de Estado. El sistema ha de ser tajante ante esta incuestionable evidencia, porque son muchas las vidas que están en juego. Quien no priorice la violencia de género, no es demócrata.
Pese a todos los avances conseguidos en las últimas décadas, el sistema patriarcal, o lo que es lo mismo la supremacía masculina con más de 10.000 años de historia, sigue instaurado, muy lamentablemente, en la sociedad actual. Aunque la incorporación de la mujer al mundo laboral es un hecho innegable, lo cierto es que éstas, por ejemplo, dedican 23 horas más a la semana que los hombres a las labores del hogar, es decir, un total de 1.202 horas anuales o 50 días al año, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
Pero éste no es el único problema, ni el más grave. A las puertas de un nuevo 25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, hemos de volver a poner en evidencia las escalofriantes cifras y denunciar una vez más públicamente los malos tratos que reciben las mujeres por el simple hecho de ser mujeres. Muchas de ellas son sometidas por sus agresores, que suelen ser sus parejas o exparejas, haciéndolas sufrir vejaciones de manera sistemática y padeciendo un auténtico infierno. Y algunas, por desgracia, son maltratadas hasta la muerte.
Pese a los negacionistas, encabezados por el partido ultraderechista Vox, la violencia de género fue reconocida como tal en el año 1993, hace más de tres décadas. Fue entonces cuando la Asamblea General de Naciones Unidas presentó la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra las mujeres; y en 1999 se declaró el 25N como el Día Internacional contra una de las peores lacras del siglo XXI. Por este motivo, no podemos hablar de paz, igualdad y derechos cuando la mitad de la sociedad vive amenazada.
No es una invención de las femininazis, término utilizado con maldad y sin pudor por muchos. Es una grave crisis humanitaria reconocida por la propia ONU y, por este motivo, es inconcebible que la ultraderecha de nuestro país, y parte del PP que les baila el agua para mantenerse en las poltronas, siga utilizando el término de violencia doméstica o intrafamiliar, algo que pertenecía antiguamente al espacio privado. Porque lo cierto es que la violencia machista existe y los partidos políticos que la niegan nos están coartando la libertad y la posibilidad de que todas y cada una de nosotras vivamos en una democracia real y en una sociedad justa.
El asesinato es sólo la punta del iceberg, pero el machismo tiene múltiples caras y diferentes formas de ejercerlo. Las amenazas, la inseguridad, la dependencia económica, la violencia física y psicológica, la imposibilidad de salir de un hogar en el que conviven con el acosador, las agresiones sexuales en el espacio público y privado, los vientres de alquiler, la mutilación genital femenina, la explotación sexual, el ciberacoso, la prostitución, el tráfico de mujeres… Éstos son algunos ejemplos, pero son innumerables. Y a cada cual más cruel y discriminatorio.
Éste también es el caso de la pornografía. Muchos expertos achacan al consumo de porno entre los jóvenes, que están en edades en las que no disponen de herramientas para discernir la ficción de la realidad, como detonante de un mayor número de agresiones sexuales perpetradas por personas de edades muy tempranas. Desafortunadamente, el fenómeno de los menores que cometen este tipo de delitos lleva creciendo, de manera imparable, desde el año 2017.
Los niños son un colectivo especialmente vulnerable frente a la violencia a través de Internet. Por eso hemos de luchar para que los jóvenes de hoy, que serán los hombres del mañana, se posicionen contra la cosificación e instrumentalización del cuerpo de las mujeres, que rechacen la pornografía y que se conviertan en abolicionistas de la prostitución. Los estereotipos de género se han de romper de una vez por todas.
Asimismo, hay que seguir reivindicando la quimera feminista que, tal como afirmaba Angela Yvonne Davis, es la idea radical de que las mujeres somos personas. La lucha por la igualdad y por la defensa del feminismo tiene que ser más intensa legislativamente. Está claro que algo no se está haciendo bien, por lo que hay que poner remedio de inmediato.
No podemos mirar para otro lado. Toda la sociedad ha de sentirse corresponsable en la lucha contra la violencia machista en todas sus formas. Es necesario ponerla al descubierto, desenmascararla y plantarle cara. Sin titubeos y sin ninguna concesión.
Hemos de seguir aprobando leyes que protejan a las víctimas, dotar de más recursos a los servicios de prevención y abordaje de la violencia contra las mujeres, educar en feminismo e incorporar la perspectiva de género en todos los ámbitos, principalmente en el judicial, que se ha de modernizar y democratizar de una vez por todas.
Este 25N, y todos los días del año, tenemos que gritar bien fuerte que queremos la igualdad y que, sobre todo, queremos y debemos ser libres. Sólo una sociedad en la que las mujeres no sufran ningún tipo de violencia por el simple hecho de ser mujeres, puede ser considerada una sociedad completamente libre y únicamente una democracia libre de violencia machista puede ser una democracia plena.
Hemos de poder ejercer nuestros derechos con total libertad. El sueño feminista es el de una sociedad basada en la igualdad y la democracia. Y para hacerse realidad, se ha de convertir en una cuestión de Estado. El sistema ha de ser tajante ante esta incuestionable evidencia, porque son muchas las vidas que están en juego. Quien no priorice la violencia de género, no es demócrata.
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