OPINIÓN
Perra vida digital
ÁNGEL T. GARCÍA. Periodista
![[Img #59843]](https://elfar.cat/upload/images/05_2025/676_angel-t-garcia-copia.jpg)
– ¡Te voy a bloquear! ¡Y lo haré público!
– ¡No por favor, no lo hagas! ¡Se enterarán todas mis amigas!
Él tiene un rictus serio. Ella, llora. Son jovencísimos. No se miran demasiado. Manipulan nerviosamente sus móviles.
El espectáculo transcurre en un parque. Todos nos enteramos. Yo paseo a un perro que me ha dejado un presunto amigo de vacaciones. (Te lo dejo. Me lo debes. Serán solo unos días. No puede quedarse solo. No te causará problemas). Bueno. Es un marrón, pero el animal es buena persona. Me obliga a hacer ejercicio al sacarle dos veces al día.
Pero volvamos a nuestros protagonistas. Tienen una pelea de novios digital. Y lo peor que se le ocurre al tipo, presuntamente ofendido por algo que ha hecho o no ha hecho la pobre chica, es amenazarle con aislarle de él en su relación telemática.
No le hace una escenita. No le da un guantazo, afortunadamente. Sólo le da donde más le duele: va a hacer pública su ruptura en la red. La vida transcurre ahí también. En la comunicación pública personalizada. En las llamadas redes sociales. O antisociales.
En ellas se reproducen las relaciones humanas sin filtros. Pueden existir relatos, con grises, pero al final triunfan los “me gusta”, los dejarse “en visto”, los troleos o los bloqueos. Sin matices. O blanco o negro. Y los chavales son felices o infelices, como siempre, pero de forma acelerada y pública. Es cruel.
Le comento la escena a Toby y parece entenderlo, pues suelta por fin aquello caliente que guardaba. Menos mal. Ya puedo volver a casa.
La anécdota me hace pensar en que la actual forma de relacionarse de los humanos no es tan perfecta. Haber vencido al espacio y al tiempo puede ser positivo para acelerar procesos, pero el peligro está en la simplificación. Me explican mis amigos científicos que todo eso mola, que la Inteligencia Artificial ayuda mucho. A mí me cuesta asumirlo.
¿Sabes? Funcionará con la investigación y la innovación y todo eso, pero con las relaciones humanas y, sobre todo, la política, no está siendo tan positiva. Se lo explico al perrillo, que me mira raro. Este tío no es mi dueño y me habla como si debiera confiar en él. Parecía cuerdo, pero está fatal, como todos.
En política, la cultura del zasca, del enfrentamiento, de la contundencia, está provocando una radicalización preocupante. Asistimos a discusiones básicas, que buscan “likes” o apoyos circunstanciales. O loas a Israel o eres su enemigo. No hay puntos medios. O hablas bien del presidente del Gobierno o le insultas. No hay matices.
¿A dónde nos va a llevar esto? Hasta ahora suponíamos que la clave de la política era el bienestar. ¿Recuerdan? “Es la economía, idiota”. Pero ahora resulta que, en un buen contexto para los negocios y el empleo (hablo desde el occidente europeo), hay mucha gente enfadada.
Todo se magnifica con insultos y argumentos radicales. La inmigración es el gran enemigo para muchos. (Qué desagradecidos con el servicio, por Dios). Los derechos de las minorías más minoritarias son la gasolina de los otros. No hay paz para nadie. En ningún momento. Las redes funcionan todo el tiempo.
No se si sabrás, Toby, que cuando solo teníamos dos cadenas de televisión, la emisión se acababa a las 12 de la noche. Y nos íbamos a dormir, odiándonos o amándonos, pero con mesura y lentitud.
El can me mira. Me entiende. Seguro. Y me compadece por nuestra perra vida digital.
– ¡Te voy a bloquear! ¡Y lo haré público!
– ¡No por favor, no lo hagas! ¡Se enterarán todas mis amigas!
Él tiene un rictus serio. Ella, llora. Son jovencísimos. No se miran demasiado. Manipulan nerviosamente sus móviles.
El espectáculo transcurre en un parque. Todos nos enteramos. Yo paseo a un perro que me ha dejado un presunto amigo de vacaciones. (Te lo dejo. Me lo debes. Serán solo unos días. No puede quedarse solo. No te causará problemas). Bueno. Es un marrón, pero el animal es buena persona. Me obliga a hacer ejercicio al sacarle dos veces al día.
Pero volvamos a nuestros protagonistas. Tienen una pelea de novios digital. Y lo peor que se le ocurre al tipo, presuntamente ofendido por algo que ha hecho o no ha hecho la pobre chica, es amenazarle con aislarle de él en su relación telemática.
No le hace una escenita. No le da un guantazo, afortunadamente. Sólo le da donde más le duele: va a hacer pública su ruptura en la red. La vida transcurre ahí también. En la comunicación pública personalizada. En las llamadas redes sociales. O antisociales.
En ellas se reproducen las relaciones humanas sin filtros. Pueden existir relatos, con grises, pero al final triunfan los “me gusta”, los dejarse “en visto”, los troleos o los bloqueos. Sin matices. O blanco o negro. Y los chavales son felices o infelices, como siempre, pero de forma acelerada y pública. Es cruel.
Le comento la escena a Toby y parece entenderlo, pues suelta por fin aquello caliente que guardaba. Menos mal. Ya puedo volver a casa.
La anécdota me hace pensar en que la actual forma de relacionarse de los humanos no es tan perfecta. Haber vencido al espacio y al tiempo puede ser positivo para acelerar procesos, pero el peligro está en la simplificación. Me explican mis amigos científicos que todo eso mola, que la Inteligencia Artificial ayuda mucho. A mí me cuesta asumirlo.
¿Sabes? Funcionará con la investigación y la innovación y todo eso, pero con las relaciones humanas y, sobre todo, la política, no está siendo tan positiva. Se lo explico al perrillo, que me mira raro. Este tío no es mi dueño y me habla como si debiera confiar en él. Parecía cuerdo, pero está fatal, como todos.
En política, la cultura del zasca, del enfrentamiento, de la contundencia, está provocando una radicalización preocupante. Asistimos a discusiones básicas, que buscan “likes” o apoyos circunstanciales. O loas a Israel o eres su enemigo. No hay puntos medios. O hablas bien del presidente del Gobierno o le insultas. No hay matices.
¿A dónde nos va a llevar esto? Hasta ahora suponíamos que la clave de la política era el bienestar. ¿Recuerdan? “Es la economía, idiota”. Pero ahora resulta que, en un buen contexto para los negocios y el empleo (hablo desde el occidente europeo), hay mucha gente enfadada.
Todo se magnifica con insultos y argumentos radicales. La inmigración es el gran enemigo para muchos. (Qué desagradecidos con el servicio, por Dios). Los derechos de las minorías más minoritarias son la gasolina de los otros. No hay paz para nadie. En ningún momento. Las redes funcionan todo el tiempo.
No se si sabrás, Toby, que cuando solo teníamos dos cadenas de televisión, la emisión se acababa a las 12 de la noche. Y nos íbamos a dormir, odiándonos o amándonos, pero con mesura y lentitud.
El can me mira. Me entiende. Seguro. Y me compadece por nuestra perra vida digital.
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