OPINIÓN
¿Por qué lo complican todo?
ÁNGEL T. GARCÍA. Periodista
![[Img #62012]](https://elfar.cat/upload/images/11_2025/3665_angel-t-garcia-copia.jpg)
— ¿Nombre?
— Manuel, como mi padre y mi abuelo. Creo que también mi bisabuelo. No sé.
(Era verdad. No lo sabía. Su familia no le había explicado por qué se repetía el nombre para los hermanos mayores. En realidad, hacía tiempo que no participaba en ninguna conversación familiar interesante. No se llevaba muy bien con sus padres. No le entendían).
— ¿Edad?
— 20.
— ¿Por qué quiere trabajar con nosotros?
(En realidad, no sabía por qué. Ni siquiera entendía qué quería decir aquello de agente social júnior. Creía que debía referirse a algo de vigilancia. Daba igual. Necesitaba dinero para sus gastos y ahorrar para volver a la universidad algún día. Se había tomado un año en blanco, porque le aburría la carrera de psicología. Los profesores no hablaban el lenguaje de la calle. Sólo enseñaban cosas viejas).
— Porque me gusta hablar con la gente. Me gusta relacionarme.
— Eso está bien. Nuestra empresa es una agencia de servicios. Trabajamos para administraciones, sobre todo locales, que necesitan agentes sociales dispuestos a tratar con las personas más vulnerables. Con 20 años, no le podemos pedir experiencia, pero sí sensibilidad, comprensión y buen trato.
(¿Qué? ¿Iba a tratar con viejos, con delincuentes, con necesitados? ¿No era vigilancia privada? No lo veía claro. Siempre había creído que si alguien caía en la desgracia era porque lo había merecido).
— No sé. Me puedo adaptar.
— Es un trabajo delicado, que supone entender a personas que lo están pasando mal. Se debe tener sensibilidad, pero también rigor y carácter para no dejarse tomar el pelo. No todo en este mundo es lo que parece y puede haber situaciones de fraude.
— ¿Qué tendría que hacer?
— Su trabajo sería visitar hogares para evaluar su situación económica y social. Serían familias con todos sus miembros en paro, con deudas inasumibles o con hipotecas impagables… También trataría con inmigrantes sin papeles. En fin, le daremos un protocolo que usted deberá seguir. Será como un detector de mentirosos o un salvador de pobres necesitados.
(Lo sabía. Le tocaría hacer lo que nadie quería hacer. Tratar con desesperados o embusteros. No le gustaban ni los unos ni los otros).
— Podría intentarlo. ¿Cuándo empiezo?
(No preguntó por el sueldo. Ya había visto que no era nada del otro mundo, pero le valía).
— Verá. Aún le queda hacer un examen psicotécnico, pero antes debo hacerle más preguntas, algunas personales. ¿Está dispuesto?
(No lo estaba, pero llevaba tiempo buscando trabajo y no le salía nada. Era la primera entrevista en meses y creía que había avanzado).
— Sí…
— En el espectro político, ¿dónde se sitúa?
— No sé. No entiendo de política.
— ¿Qué prefiere? ¿La igualdad o la libertad?
(¿Igualdad? ¿Con quién? ¿Por qué? ¡Qué manía! Él se levantaba pronto, iba al gimnasio y no pedía ayuda a nadie. Odiaba que le hicieran pensar en algo que no le importara).
— La libertad es algo bueno; es hacer lo que queramos. Mejor que la igualdad. Todos somos diferentes, ¿no?
— ¿Qué opina de los impuestos?
(Ni idea. Vivía con sus padres y no pagaba nada. Sólo había oído quejarse, en su entorno, de lo que se tenía que pagar para mantener a los funcionarios, que eran unos vagos, y para subvencionar a los inmigrantes, que sólo habían venido al país para delinquir y vivir a costa de los nacionales que trabajaban. Eso es lo que le repetían constantemente por las redes sociales y en la sede del partido donde se reunía con los colegas).
— Son algo malo, ¿no? Te quitan el dinero sin explicarte para qué lo quieren…
(Algo pasó en la cara de la responsable del proceso de selección. Lo notó. A ver si iba a ser una roja… Se lo habían advertido los jefes políticos: ¡Cuidado con los que hacen demasiadas preguntas!)
— Bueno. El trabajo para el que usted postula está pagado con dinero público. El dinero de los impuestos serviría para pagar su sueldo, por ejemplo, en la labor de ayudar a algunas personas y desenmascarar a otras…
(Supo que algo iba mal. Había caído en la trampa y el zasca le dolió. Aquella mujer era, definitivamente, una zurda, como decía Milei, el puto amo que citaban los responsables de su célula. No pudo evitar ponerse de mal humor).
— Yo es que nunca he trabajado con contrato y no entiendo mucho de todo eso…
(Recordó los veranos pasados repartiendo paquetería “subcontratado” por los colegas que se dedicaban de verdad a eso, patinete arriba, patinete abajo. Era divertido y ganaba lo suficiente para sus gastos).
— Otra pregunta: ¿Qué es lo que más le preocupa en estos momentos?
— ¿De qué? ¿De la vida?
— Sí. ¿Cuál es el problema social más importante? ¿Qué pasa en el mundo que no le guste? Usted es joven y su punto de vista es interesante.
(No lo sabía. Le aburrían los informativos. Con sus amistades sólo hablaba de videojuegos y de fútbol. Seguía a los influencers y admiraba a los que se habían ido a Andorra. Le gustaba la gente guapa y odiaba la fealdad, la pobreza y la mediocridad de los perdedores. En realidad, no le preocupaba nada más que no fuera él mismo).
— Mire. Yo vine aquí a pedir trabajo, no a responder a un interrogatorio. Eso es lo que más me preocupa: que lo compliquen todo.
![[Img #62012]](https://elfar.cat/upload/images/11_2025/3665_angel-t-garcia-copia.jpg)
— ¿Nombre?
— Manuel, como mi padre y mi abuelo. Creo que también mi bisabuelo. No sé.
(Era verdad. No lo sabía. Su familia no le había explicado por qué se repetía el nombre para los hermanos mayores. En realidad, hacía tiempo que no participaba en ninguna conversación familiar interesante. No se llevaba muy bien con sus padres. No le entendían).
— ¿Edad?
— 20.
— ¿Por qué quiere trabajar con nosotros?
(En realidad, no sabía por qué. Ni siquiera entendía qué quería decir aquello de agente social júnior. Creía que debía referirse a algo de vigilancia. Daba igual. Necesitaba dinero para sus gastos y ahorrar para volver a la universidad algún día. Se había tomado un año en blanco, porque le aburría la carrera de psicología. Los profesores no hablaban el lenguaje de la calle. Sólo enseñaban cosas viejas).
— Porque me gusta hablar con la gente. Me gusta relacionarme.
— Eso está bien. Nuestra empresa es una agencia de servicios. Trabajamos para administraciones, sobre todo locales, que necesitan agentes sociales dispuestos a tratar con las personas más vulnerables. Con 20 años, no le podemos pedir experiencia, pero sí sensibilidad, comprensión y buen trato.
(¿Qué? ¿Iba a tratar con viejos, con delincuentes, con necesitados? ¿No era vigilancia privada? No lo veía claro. Siempre había creído que si alguien caía en la desgracia era porque lo había merecido).
— No sé. Me puedo adaptar.
— Es un trabajo delicado, que supone entender a personas que lo están pasando mal. Se debe tener sensibilidad, pero también rigor y carácter para no dejarse tomar el pelo. No todo en este mundo es lo que parece y puede haber situaciones de fraude.
— ¿Qué tendría que hacer?
— Su trabajo sería visitar hogares para evaluar su situación económica y social. Serían familias con todos sus miembros en paro, con deudas inasumibles o con hipotecas impagables… También trataría con inmigrantes sin papeles. En fin, le daremos un protocolo que usted deberá seguir. Será como un detector de mentirosos o un salvador de pobres necesitados.
(Lo sabía. Le tocaría hacer lo que nadie quería hacer. Tratar con desesperados o embusteros. No le gustaban ni los unos ni los otros).
— Podría intentarlo. ¿Cuándo empiezo?
(No preguntó por el sueldo. Ya había visto que no era nada del otro mundo, pero le valía).
— Verá. Aún le queda hacer un examen psicotécnico, pero antes debo hacerle más preguntas, algunas personales. ¿Está dispuesto?
(No lo estaba, pero llevaba tiempo buscando trabajo y no le salía nada. Era la primera entrevista en meses y creía que había avanzado).
— Sí…
— En el espectro político, ¿dónde se sitúa?
— No sé. No entiendo de política.
— ¿Qué prefiere? ¿La igualdad o la libertad?
(¿Igualdad? ¿Con quién? ¿Por qué? ¡Qué manía! Él se levantaba pronto, iba al gimnasio y no pedía ayuda a nadie. Odiaba que le hicieran pensar en algo que no le importara).
— La libertad es algo bueno; es hacer lo que queramos. Mejor que la igualdad. Todos somos diferentes, ¿no?
— ¿Qué opina de los impuestos?
(Ni idea. Vivía con sus padres y no pagaba nada. Sólo había oído quejarse, en su entorno, de lo que se tenía que pagar para mantener a los funcionarios, que eran unos vagos, y para subvencionar a los inmigrantes, que sólo habían venido al país para delinquir y vivir a costa de los nacionales que trabajaban. Eso es lo que le repetían constantemente por las redes sociales y en la sede del partido donde se reunía con los colegas).
— Son algo malo, ¿no? Te quitan el dinero sin explicarte para qué lo quieren…
(Algo pasó en la cara de la responsable del proceso de selección. Lo notó. A ver si iba a ser una roja… Se lo habían advertido los jefes políticos: ¡Cuidado con los que hacen demasiadas preguntas!)
— Bueno. El trabajo para el que usted postula está pagado con dinero público. El dinero de los impuestos serviría para pagar su sueldo, por ejemplo, en la labor de ayudar a algunas personas y desenmascarar a otras…
(Supo que algo iba mal. Había caído en la trampa y el zasca le dolió. Aquella mujer era, definitivamente, una zurda, como decía Milei, el puto amo que citaban los responsables de su célula. No pudo evitar ponerse de mal humor).
— Yo es que nunca he trabajado con contrato y no entiendo mucho de todo eso…
(Recordó los veranos pasados repartiendo paquetería “subcontratado” por los colegas que se dedicaban de verdad a eso, patinete arriba, patinete abajo. Era divertido y ganaba lo suficiente para sus gastos).
— Otra pregunta: ¿Qué es lo que más le preocupa en estos momentos?
— ¿De qué? ¿De la vida?
— Sí. ¿Cuál es el problema social más importante? ¿Qué pasa en el mundo que no le guste? Usted es joven y su punto de vista es interesante.
(No lo sabía. Le aburrían los informativos. Con sus amistades sólo hablaba de videojuegos y de fútbol. Seguía a los influencers y admiraba a los que se habían ido a Andorra. Le gustaba la gente guapa y odiaba la fealdad, la pobreza y la mediocridad de los perdedores. En realidad, no le preocupaba nada más que no fuera él mismo).
— Mire. Yo vine aquí a pedir trabajo, no a responder a un interrogatorio. Eso es lo que más me preocupa: que lo compliquen todo.










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